‘Crónicas perplejas’: “No hay camino más rápido hacia la felicidad que una verbena”

Habla Antonio Agredano de las fiestas de verano, las de pueblo y las de barrio, las verbenas

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‘Crónicas perplejas’: “No hay camino más rápido hacia la felicidad que una verbena”

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.

Así nos lo cuenta Agredano:

Una niña canta ‘La Bien Pagá’ mientras va y viene moviendo su bata de cola. Su madre llora a un lado del escenario. A la niña le tiembla la voz, el sonido no le hace justicia, y la copla sale como buenamente puede a través de unos altavoces que crujen con los agudos. Los anocheceres en verano son anaranjados y marinos. Hay sillas de plástico en la plaza y una patria improvisada de abanicos y bambitos. Las verbenas. No hay camino más rápido hacia la felicidad que una verbena. Bombillas sujetas con alambre. Carpas blanquiverdes. Barras de chapa. En aquellas fiestas del barrio descubrí que el amor huele a aftersun y a algodón de azúcar. Al cloro de la piscina municipal. A bocadillo de lomo con pimientos y a jazmín. Sobrevive en mí una niñez que no se apaga.

En todas las verbenas hay un calvo con perilla que baila salsa, un niño que llora porque se le ha escapado un globo, un matrimonio en silencio, un señor que suda con una camisa rosa, una señora que ríe estruendosamente y se abanica fuerte el pecho, un camarero para el que eres invisible, una pandilla de adolescentes que caminan rápido hacia ninguna parte y un perrillo que huye con un plato de plástico entre los dientes.

Cada pueblo y cada barrio con su fiesta. Ese derecho constitucional a ponerse piripi. A meterse la camisa por dentro del pantalón. A estrenar el vestido de gasa. Esta tregua con el mundo. Esta paz sin rutinas. Clavículas morenas y labios rosas. Siento nostalgia. Vuelve la riñonera, vuelven las zapatillas J´hayber, vuelve el extremo habilidoso, pero nunca volverán aquellos días de verano. Los restos peguntosos del Mikolápiz en la barbilla, el nudo en la garganta de los amores primeros. La vida pasa por nosotros como el tren pasaba por el lomo del Coyote. Hay una orquesta tocando canciones que no recordabas cuánto odiabas. Los padres de familia empiezan a bailar delante del escenario. Los caminos de la conga son inescrutables. Me acerco a la barra para pedir otra caña. Se me cruza un niño que soy yo con siete años. Sonriendo. De la mano de mi abuela. Resulta que en la verbena quedaron atrapadas nuestras infancias, como los insectos en el ámbar.

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