‘Crónicas perplejas’: “De la noche ya sólo espero que una pesadilla no saque a mis hijos de su bello descanso"

Habla Antonio Agredano de los sueños

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‘Crónicas perplejas’: “De la noche ya sólo espero que una pesadilla no saque a mis hijos de su bello descanso"

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Así nos lo cuenta Agredano:

En ocasiones, es la realidad la que se desvanece mientras que los sueños se mantienen firmes. Es maravilloso el ser humano, porque puede construir sobre la niebla y sentirse inestable sobre el pavimento. A soñar no se aprende. Se desbocan la imaginación y el deseo. Se sabe más de alguien por lo que anhela que por lo que tiene.

Hay días en los que no quiero la noche. La oscuridad y el sueño me obligan a convivir con mis fantasmas. Apago la lámpara de la mesita sabiendo que tendré una reunión con mis temores. Soñar no es lo que era. Son tiempos urgentes. Ya no aparecen monstruos en mis pesadillas, al menos, aquellos monstruos de la infancia. Ahora vienen a visitarme unos miedos vulgares. Una cotidianidad envilecida. En aquellas madrugadas sudorosas y terroríficas de mi niñez, salía corriendo por el pasillo para resguardarme en la cama de mis padres. Ahora, que soy adulto, soy yo el que me acerco a mirar a mis hijos para encontrar alivio en la ternura de su descanso.

Así descubrí que, a veces, los niños ríen en sus sueños. Su inconsciencia es el único lugar al que no alcanzo para cuidarlos. Ese encuentro lo disputan solos. En sus camas de noventa. Con su propio abanico de incertidumbre. Con sus expectativas ingenuas. Qué soñarán los niños cuando una carcajada transparente ilumina la noche. Qué lugares habitarán. Qué tiempo hará. Qué amigos habrán elegido para jugar en el plácido parque de la ensoñación.

Soñar, en todas sus acepciones, es un ejercicio cándido. La luz nos despierta y todo acaba, sin más. Las aventuras y las ilusiones. La evasión y el capricho. Soñamos despiertos porque vivimos dormidos. Tras cada larga noche, su fugaz mañana. En mis sueños siempre tengo prisa. Mis delirios oníricos se parecen demasiado a la realidad. Con la edad he aprendido a confiar más en la realidad que en los sueños. No sé si es madurar, o es pragmatismo o es que me hago viejo. Pero de la noche ya sólo espero que una pesadilla no saque a mis hijos de su bello y merecido descanso. Ya sólo espero que ninguna llamada de teléfono nos pare el corazón, de repente, en la madrugada.

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