‘Crónicas perplejas’: “De la pandemia queda el dolor de las pérdidas y jamás olvidaremos esa primavera oscura"
Recuerda Antonio Agredano los meses de confinamiento que vivimos durante la pandemia
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Que íbamos a salir mejores, decían. Pero no pintaba bien. Expertos que no existían, policías de balcón, caceroladas e impotencia. Fuera, la muerte. Tan inexplicable y certera como siempre. Sábanas de hospital. Respiradores. Discursos con demasiado boato. Fueron meses duros. Los niños jugaban en el salón. Los adultos ordenábamos los armarios. La normalidad no era nueva. La normalidad era incómoda y terrible. El miedo viajaba en nuestros silencios.
Si algo aprendí en la pandemia es lo frágil que es nuestra sociedad, pero lo duro que es el ser humano. Dudo del colectivo, pero el individuo tiene una fortaleza fascinante. Las tragedias se batallan con entereza y serenidad. Con íntima convicción. Con una valentía invisible. Creo que fuimos responsables. Creo que pensamos en los demás antes que en nosotros mismos. Salimos de aquello. No mejores. Pero, al menos, salimos. De la pandemia queda el dolor de las pérdidas, mascarillas guardadas en un cajón y el recuerdo de un confinamiento que sacó, casi siempre, lo mejor de nosotros mismos.
A veces hay que mirar atrás para saber lo que tenemos delante. El pasado es el primer escalón del futuro. ¿Qué hemos aprendido de la pandemia? Que nuestro mundo pende de un hilo. Que la vida puede pararse. Que sólo el amor hace que todo esto merezca la pena. Nuestras familias, nuestros amigos. Recuerdo las videollamadas con mis padres. Lanzando besos a sus nietos. La pantalla uniendo lo que la pandemia había roto. Recuerdo las cifras de fallecidos en los informativos. Detrás de cada número, una familia. Recuerdo las calles vacías. La irrealidad de una ciudad detenida. El sufrimiento y la decencia de los sanitarios. La amabilidad blindada de las cajeras del supermercado. La necesaria urgencia de los docentes.
No hemos salido mejores, no. Pero hemos salido. Y ya sólo quiero pensar en otra cosa. En los días azules, en los viajes largos, en los bares llenos. Pero a los que vivimos aquellos meses jamás se nos olvidará esa primavera oscura. El refugio de los balcones. Los aplausos tímidos. El miedo a perder a nuestros seres queridos. El miedo a que nuestra existencia se derrumbase.