‘Crónicas perplejas’: “No queda nada de la ciudad que viví de la mano de mi abuela, ni la que vivió mi madre"

Habla Antonio Agredano de los oficios perdidos, de aquellos "trabajos que ya sólo existen en nuestra memoria"

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Antonio Agredano y los oficios olvidados en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Recuerdo ir con mi abuela a comprar leche fresca a la vaquería. Recuerdo ir con mi madre a comprar cestos de mimbre a La Corredera. Recuerdo otra vida, otro tiempo y otros lugares. Zapateros en locales minúsculos, peluqueros sin tatuajes, tiendas de desavío y la armónica del afilador.

Recuerdo, sobre todo, la pausa. El café se molía. El practicante venía a casa con su maletín oscuro. Mi madre, algunas tardes, se llevaba el trabajo a casa y terminaba sus informes en una máquina de escribir que guardaba en el armario. La vida sucedía con una lentitud única. En estos días, la inmediatez lo ha devorado todo. Mañana casi parece tarde. Noodles y sushi en Glovo. Fundas para el móvil en Amazon. Todo abierto a todas horas.

La vida cambia. Pasé mi juventud entre videoclubs y salones recreativos. Alquilando Conan por quinta vez y echándole cinco duros a la maquinita del Golden Axe. Después abrieron los cibercafés. Pero ya de aquello no queda nada. Igual que no queda nada de la ciudad que viví de la mano de mi abuela. Ni de la que vivió mi madre. No es nostalgia, es envidia de un tiempo lento.

Los oficios cambian y el talento se adapta a las nuevas circunstancias, pero sí creo que hemos perdido la paciencia y la atención. Que vamos acelerados. Que somos caprichosos y severos. Que nuestro exigente ahora ha vencido a un esperanzador mañana. Preferimos comprar que arreglar. Preferimos amontonar que elegir. Hay trabajos que ya sólo existen en nuestra memoria. El panadero recorriendo las calles del barrio. El quiosquero dándote los buenos días mientras coloca los periódicos en un estante. Todo pasará. También nosotros. Y con nosotros, una forma de entender el mundo: más pausada, quizás. Con una nostálgica hondura.

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