Del Val: "El cielo ha formado humedades en los ojos de quienes han visto truncada su procesión"
Explica el profesor que "la lluvia ha puesto frustración en la mirada de los que anhelaban pasear por las playas"
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Hay muchas Semanas Santas. No me refiero a la distinción entre los hedonistas en busca de playas y los cofrades, que convierten el peso que soportan en gozo, sino que le sucede como a las Navidades, que también son muchas, casi tantas como calendarios almacena una vida.
Y ayer, cuando escuché a Antonio Banderas confesar que ya, con cinco años, en su Málaga de soles y juegos, aguardaba el desembarco del Cristo de Mena para verlo nadar entre la multitud, tendido en la cama que forman los erguidos y fuertes brazos de los legionarios, recordé que este año no me ha enviado Ernesto Sáenz de Buruaga, por WhatsApp, el vídeo de ese acontecimiento que, si se lo hicieras presenciar a un habitante de Baltimore, a lo mejor le produciría más perplejidad que el hundimiento de su puente.
Esa mezcla de milicia y religión es tan deslumbrante que para entenderla un poco, solamente un poco, creo que hay que nacer de Pirineos hacia abajo. De la misma forma que la saeta, esa flecha que sale de la ballesta de una garganta, y no se ve, pero hace titilar las velas del paso y las emociones de quienes escuchan, sería muy complicado de explicar a un sueco o a un chino. Hubo un tiempo que Joan Manuel Serrat se puso a componer música a las letras de los poemas de Machado “¿Quién me presta una escalera/ para subir al madero,/para quitarle los clavos/a Jesús el Nazareno?”.
No cuesta mucho imaginarse a un teólogo, de rigurosa ortodoxia, fruncir el ceño, ante ese atrevimiento, una propuesta que el propio Machado, más que explicar, informa: “Cantar del pueblo andaluz, /que todas las primaveras/anda pidiendo escaleras/para subir a la cruz!” Este año, también la Semana Santa ha sido distinta.
La lluvia ha puesto frustración en la mirada de los que anhelaban pasear por las playas, y esa agua que venía del cielo ha formado humedades en los ojos de quienes han visto truncada su procesión, y el capataz no ha podido decir, tras un breve descanso: “¡Al cielo, con ella!” Y ella es una madre, que acaba de perder a su hijo, tras una muerte horrible, y eso es posible que lo entiendan todos, aunque ni nosotros mismos entendamos esa amalgama de emociones, grandes y pequeñas, que trae siempre, húmeda o sea, la Semana Santa.