Del Val: “María San Gil se hizo política porque cuando comía con un amigo político vio cómo le asesinaban"
Habla el profesor de la valentía de la exdirigente del PP en el País Vasco por no "tener miedo a la denuncia y no creer que el silencio nos va a callar"
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Luis del Val pone el foco de la imagen del día de "Herrera en COPE" en María San Gil y su valentía en convertirse en política y no callar nunca:
Esta mañana he leído la tercera de ABC, que firma mi admirado Nicolás Redondo Terreros, y donde reflexiona sobre el silencio que cubrirá como una losa la próxima gran reunión del PSOE. No es profeta Nicolás, ni quiere serlo, y tiene la suficiente experiencia en asuntos de política para saber que nadie va a criticar a quien tiene el inmenso poder de confeccionar las listas de las dos próximas elecciones que nos aguardan. Y precisamente, ayer, estuve con una paisana de Nicolás -no de Portugalete, como él, sino de San Sebastián- que hablaba con entusiasmo de que hay que romper el silencio, que no podemos ser una masa de corderos mustios, que solo emiten un balido, también en silencio, cada cuatro años, dejando caer un papel en las urnas. Admiro, mucho a esta mujer.
También la admiras tú, Carlos, porque ha mostrado siempre un coraje encendido, una rebelión activa contra la injusticia, contra el atropello y la iniquidad. Y siempre ha andado complicándose la vida. Vivía muy tranquila y se metió en política, porque, cuando estaba comiendo con un amigo político, fue testigo de cómo lo asesinaban. Otra persona cualquiera, hombre o mujer, hubiera huido de una actividad en la que te podías jugar la vida y perderla, pero a ella le sirvió de acicate para no permanecer en silencio, para dar un paso al frente, para hacerse oír, y lo hacía siempre, aunque eso le costara que los que recibían sus denuncias la apartaran de cualquier cargo. Y siempre ha sido igual. Y se marchaba. No a su casa, no. A seguir denunciando, a continuar señalando las mentiras, las frivolidades, los trapicheos de los egoístas y sumisos, por eso, por egoístas, que son los más, y Nicolás lo sabe. Al fin y al cabo, la tribu siempre se salva por ese escaso puñado de valientes, que no callan a no ser que les pongan una mordaza y, aun en ese caso, muerden el trapo para lograr gritar. Despertarme con el artículo de Nicolás ha sido como enlazar con la tarde de ayer, aquí, en Zaragoza, donde una mujer invitaba a no tener miedo a la denuncia, a no creer que el silencio nos va a salvar. Y yo la creía porque me consta que el silencio siempre envalentona a los opresores y a los déspotas. Por cierto, esa mujer de San Sebastián que tanto admiro se llama María San Gil.