Del Val, sobre el fallecimiento de periodistas en Israel: "Murieron por la honestidad de su profesión"

El profesor analiza el fallecimiento de periodistas que han perdido la vida por cubrir el ataque de Hamás contra Israel

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Del Val, sobre la muerte de periodistas en Israel: "Murieron por la honestidad de su profesión"

Luis del Val

Publicado el - Actualizado

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Más de treinta periodistas han muerto, desde que comenzó el ataque terrorista de Hamás a Israel, y se inició el conflicto. Son periodistas de prensa, radio, televisión, y medios digitales solventes, tanto palestinos como israelíes. Algunos, a la vez que morían ellos, también les acompañaban, en el viaje mortal, esposas e hijos.

Otros, en cambio, salvaron la vida, pero viven sin la compañía de los familiares más próximos. Informar sobre la verdad de lo que ocurre, solo se puede lograr a través de una estructura que requiere pagos de información a agencias solventes, una amplia nómina de empleados que compruebe los datos, e incluso enviar personal hacia el lugar donde se ha producido la guerra.

Eso es caro, tan caro que, como acabo de escribir, hay ya más de treinta periodistas que han perdido la vida, y una decena de desaparecidos, que murieron, no por la patria palestina o la patria de Israel, sino por la honestidad de su profesión y su compromiso sobre la verdad. Entre los periodistas, como entre cualquier otra actividad laboral, hay el mismo porcentaje de deshonestos o tontos contemporáneos que en otras profesiones.

Pero es bastante raro que, comenzada una contienda, se contabilicen, en un par de semanas, una treintena de abogados muertos, o de arquitectos, o de guitarristas, a no ser que hablemos de una masacre nuclear. Y hago hincapié en esta virtud del periodismo, no en reivindicación de un estúpido orgullo endogámico, sino en reivindicación de la verdad, y en valorar a los medios que se juegan su dinero -y, a veces, hasta las vidas de sus trabajadores- para servir información con honestidad.

Hoy, cualquier frívolo, con un ordenador y un móvil, puede intoxicarnos y creerse un periodista, y eso no solo es un engaño miserable, y un abuso de las redes digitales, sino un escupitajo a las tumbas de los que mueren para que sus lectores, sus oyentes o sus telespectadores, tengan conocimiento fiable de lo que ocurre en su barrio, en su país y en el mundo. Nosotros podremos equivocarnos en una opinión, pero no en los datos. No se fíen incluso de nosotros, pero muchos menos de la intoxicación de los que nada arriesgan, porque son irresponsables, y se esconde en el anonimato más cobarde.

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