Luis del Val, a Calvo: “Usar el poder como intimidación partidista es una prevaricación deleznable”
La vicepresidenta del Gobierno en funciones pidió que la Iglesia española aborde con el Ejecutivo la propuesta para “replantear la fiscalidad”
Madrid - Publicado el - Actualizado
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“En la España pobre en la que crecí de niño, un balón de fútbol era un lujo casi inalcanzable, así que usábamos sucedáneos artesanales y nos fabricábamos balones con trapos, papeles y cuerdas. Lo malo era cuando la irregular esfera caía en un charco, y los papeles y los trapos se encogían y la pelota se convertía en un pingajo. Se había terminado la posibilidad de jugar al fútbol. Muy de vez en cuando, aparecía un niño al que un tío o una tía le había regalado un balón de fútbol de verdad, y era recibido en el barrio como un héroe. Y jugábamos todos al fútbol con un balón de verdad, y éramos felices. Pero había un peligro. Al cabo de un rato, el dueño del balón, asumía su propiedad, y si, en una jugada, se le discutía alguna falta o se le negaba que fuera gol un punterazo que había salido muy lejos de la ilusoria portería, marcada con dos jerseys en el suelo, el dueño de la pelota, enfadado, recogía el balón y se marchaba a su casa. Y se terminaba la fiesta. Me acordé de estos lejanos recuerdos infantiles, ayer, cuando contemplé a toda una vicepresidenta del Gobierno en funciones, recordando que era la dueña del balón, y que, o todo el mundo dice y acata lo que ella piensa, y no discrepa, o se va a enterar el que discrepe. Donald Trump no hubiera superado un tono tan ácido y prepotente, tan amenazador y arrogante. Bueno, con una diferencia. Visto el tono altanero, casi me tranquiliza más que el botón nuclear esté en manos de Trump a que pudiera estar en manos de Carmen Calvo, vicepresidenta en funciones, pero en funciones de tarde y noche.
La función de ayer fue muy buena. Para ser completa le faltó la intimidación de cerrar el grifo de la enseñanza concertad a todos los colegios regidos por curas y monjas.
Y no aplaudo que un diplomático no se autocensure, como hacen todos los diplomáticos, pero la reacción de doña Carmen es la misma que hacía Montoro cuando presumía de conocer al dedillo nuestras declaraciones de renta, con desparpajo amenazador, o algún ministro de Interior socialista, presumiendo de que sabía muchas cosas y se enteraba de muchas conversaciones. Ese empleo del poder, no para gobernar con honestidad, sino para utilizarlo como una intimidación partidista, no es otra cosa que el anuncio de una prevaricación deleznable.
Si a un diplomático se le debe exigir mesura -y no he notado nada desmesurado- a un gobernante se le debe exigir, siempre, honestidad, y doña Carmen mintió cuando volvió de sus gestiones del Vaticano, y nunca rectificó, y se encerró en la mentira, en un mal ejemplo de soberbia. Y perdón por decir repetir doña Carmen, porque hay tanto izquierdista nostálgico del franquismo, que cuando dices doña Carmen, enseguida hay alguien que se acuerda de la esposa del dictador. Porque fue un dictador. Y los que luchamos contra la dictadura, y sufrimos la censura, lo sabemos. Lo que no sabíamos es que se atisbara, en algunos socialdemócratas, ese autoritarismo. Y que no fue para caer en otra, ni para soportar a otras doñas cármenes reverdecidas”.