Luis del Val: "Estará cambiando el clima, pero las estaciones subsisten"
La imagen de Luis del Val del 3 de octubre de 2019
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Aunque los termómetros no bajan, como si quisieran que el veranillo de San Miguel asistiera a las fiestas de la Virgen del Pilar, estamos en otoño, y prueba de ello es la conclusión de la vendimia, esa penúltima labor, tras la que aguarda la siembra del cereal. Hablar del otoño, en esta época donde estamos rodeados de docenas de interesantes series de televisión, apasionantes programas, donde parece que si no te acuestas con la señora del vecino no eres nadie, y campeonatos de fútbol en sesión continua, hablar del otoño a la mayoría de la gente la parece una tontería, pero creo que es más tontería pasar la mayor parte del día mirando la pantalla del teléfono móvil, como si el móvil fuera la vida, cuando la vida es lo que sucede a tu alrededor.
Dentro de poco, a las vides a las que se ha desnudado de racimos, las hojas se les pondrán rubicundas, y de lejos, la viñas parecerán una llamarada. Y un poco más adelante irán cayendo a la tierra y, despojadas de todo, será el momento de podar los sarmientos, la mejor brasa para asar chuletas, la más apropiada para una tarde otoño. Y, entonces, en las bodegas, pasado el trasiego, se instalará ese silencio que sólo puede encontrarse en una catedral vacía, a media tarde, cuando el sonido de una suave pisada casi parece un escándalo.
En el otoño, la tierra se viste de las mejores galas para echarse la siesta del invierno, como avisándonos de que no la molestemos hasta que se hayan fundido las nieves de las cumbres y comience de nuevo el ciclo.
A mí no me parece cursi hablar del otoño, me parece más cursi hablar por el móvil cuando no tenemos nada que decir, aunque comprendo que como podemos consumir naranjas en agosto, y uvas en febrero, y peras en mayo, y el aire acondicionado nos distancia de las estaciones, llegamos a creer que las estaciones ya no existen. Estará cambiando el clima, pero las estaciones subsisten y, de todas ellas, la más elegante es el otoño, incluso nosotros los terrícolas nos vestimos mejor, y las piernas femeninas esconden sus imperfecciones en el fino tejido de las medias, y los antebrazos masculinos de la gente de mi edad, dejan de mostrar las estalactitas de piel que parecen querer llegar al codo, y se visten con la camisa, y una chaqueta, porque no todo el mundo tiene el calor permanente de Carlos Herrera, que en lugar nacer y crecer cerca del Mediterráneo, parece que ha vivido siempre en Groenlandia.
No, no es cursi hablar del otoño. Y entre tanta fanfarria electoral, entre tanta tesis doctoral plagiada, entre tanto profeta económico que nos habla de se acaban las pensiones, se acaba el crecimiento económico, se acaba el libre comercio, vamos que se acaba todo, menos Donald Trump, lo más barato, al alcance de ricos y pobres, es salir a dar un paseo por el campo y contemplar la despedida de los chopos y el adiós de los castaños. Y, luego, al atardecer, entrar en una vieja bodega con un amigo, descorchar una botella de vino joven, y beber despacio, porque cuando abres una botella de vino, abres la ventana a la alegría.