Luis del Val: "Habla Rufián de la república catalana y me entra un chute de monarquitis"

Es más, dice el profesor, "gracias a Rufián cambió mi vida: comienzo a sentir admiración por Pedro Sánchez, y me he vuelto un entusiasta monárquico"

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Del Val: "Habla Rufián de la república catalana y me entra un chute de monarquitis"

Luis del Val

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Quisiera aprovechar estos micrófonos para dar las gracias, mostrar mi más profundo agradecimiento, a Gabriel Rufián, porque merced a sus palabras de ayer me estoy convirtiendo en un monárquico. 

Y, mira que, al principio, me hizo pasar un mal rato, porque como yo ya sé que no reconoce a España, cuando dijo que no reconocía al Rey, temí que, en su conocido entusiasmo, siguiera por ahí y le diera un disgusto a su madre, diciendo que no reconocía a su padre, pero menos mal que se quedó en no reconocer al Rey, aunque en esto de los reconocimientos a mi me parece que el reconocimiento más urgente que precisan los secesionistas es el reconocimiento médico. 

A poco de las declaraciones de Gabriel Rufián tuve ocasión de ver a los Reyes, a las infantas, todos tan educados, tan limpios, tan modosos, y escuché las palabras de Felipe VI, y siguiendo una especie de proceso socrático, me imaginé a este descendiente de andaluces, como presidente de la República, e inaugurando la legislatura diciendo que a él las palabras se la sudan, o alguna de esas finuras dialécticas que se le escapan de vez en cuando, y me hice monárquico como si me hubieran dado un chute de monarquitis. Habla Rufián de la República Catalana, y te imaginas lo que podría ser eso. Más aún, coincidiendo en el tiempo, mientras el ilustre secesionista charnego proclamaba que él no tenía Rey, se producía en Barajas uno esos episodios que ponen a prueba la organización de un país, ese peligroso aterrizaje, que reclamó la máxima atención de controladores, bomberos, policías, expertos en seguridad, ambulancias, amén de la tripulación del avión canadiense... y te imaginas a un par de rufianes en esa operación, con sus conocimientos y su experiencia, y te empiezan a entrar dudas de si se hubieran salvado los pasajeros. Hay que dar las gracias a quienes votan a Rufián y rogarles que lo sigan haciendo, porque, claro, tiene que dejar la política, y el sector en el que entre, cualquiera que sea, podría entrar en una profunda crisis. 

Pero no sólo logró despejar en unos pocos segundos mi probable ambigüedad o dudas sobre la monarquía, es que, también, produjo en mí un gran sentimiento de piedad por Pedro Sánchez. Le he criticado mucho. Y no me arrepiento, pero eso no puede impedir que reconozca que es digno de admiración, porque entre los muchos sacrificios que ha de hacer para poder seguir siendo nuestro presidente, entra en el paquete recibir órdenes de Rufián.  Eso no es el sapo crudo para desayunar del que hablaba Clemençeau, eso es tener que comerse un murciélago cocido, recién traído de China. 

Te imaginas a Gabriel Rufián, llegando a la Moncloa y transmitiendo la orden que le ha dado su jefe, que está preso, y dada la diplomacia y bonhomía que exhibe el sujeto, no hay que tener demasiada imaginación para suponer que diría algo así como “va a haber mesa de diálogo por mis pulmones”, o quien dice pulmones, dice cualquier otro órgano igual de blando y que también vaya en pareja.

Ayer, gracias a Rufián cambió mi vida: comienzo a sentir admiración por Pedro Sánchez, y me he vuelto un entusiasta monárquico. 

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