Luis del Val "Illa no me puede prohibir poner el precio que me pase por los cajones de la caja registradora"
El colaborador de "Herrera en COPE" no dudaría en poner en su comercio un cartel grande que pusiera "Rebajas"
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A las pocas horas de que el Gobierno intentara cargarse la temporada turística de verano en España, Bruselas le echó una mano, y le abrió la puerta para que renuncie a la cuarentena anunciada, siempre y cuando su proverbial soberbia se lo permita. Y, a los pocos minutos de que Consumo cayera en la cuenta de que no se pueden impedir las rebajas, ni controlar los precios de los comercios, el ministro de Sanidad dio orden de prohibir las rebajas. El ministro de Sanidad ahora tiene más tiempo, porque en días anteriores estuvo muy ocupado con continuas llamadas a Cataluña para tratar de impedir que García Albiol, el candidato más votado de Badalona, fuera elegido alcalde de la ciudad, siendo -¡horror!- del PP. No se olvide que el ministro Illa es secretario de organización del Partido Socialista de Cataluña, ese híbrido al que los de Pujol les consideran, al fin y al cabo, hijos de charnegos, y los de Ezquerra no les ven lo suficientemente independentistas. Bueno, pues derrotados sus esfuerzos, ahora ya puede ocuparse de lo suyo, y como debe ser especialista en comercio minoritario, decidió prohibir las rebajas, cargándose la libertad de mercado, en una despótica decisión para la que no es competente, ni siquiera en estado de alarma, y pongo a la radio por testigo de que si yo tuviera un comercio, lo primero que haría sería pegar un cartel en el cristal del escaparate con letras bien grandes donde pudiera leerse REBAJAS. El ministro me puede ordenar cuántas personas hay en el establecimiento, y las normas de higiene a seguir, pero no me puede prohibir poner los precios que me pasen por los cajones de la caja registradora.
A lo mejor, Sanidad, decide que las rebajas las recete el médico. “Doctor, tengo una tienda de pantalones vaqueros ¿me ve con salud para hacer unas rebajas?” O puede que opten por impartir autorizaciones a los clientes, proporcionadas en el ambulatorio del barrio. O a lo mejor, que pueda haber rebajas, pero sólo los lunes, miércoles y viernes. Lo peor de una equivocación es una estupidez, y es muy posible que los partidarios de la estupidez manden a los sufridos agentes de la Policía Nacional a denunciar a los no menos sufrido comerciantes. Ya lo hacen con la bandera. España es el único país en el que llevas una bandera española, en el coche o en la mano, y el sufrido agente de policía recibe orden de identificarte. ¿Quién es el tonto contemporáneo que ha dado la orden? ¿El ministro? ¿el delegado o subdelegado del Gobierno? Mire usted, despistado tonto: el agente, en la espalda y en el antebrazo, si usted se fija en el uniforme, observará que lleva unas manchas, amarillas y rojas. Las manchas amarillas no son de huevo, se lo juro, y las rojas no son de sangre, porque el agente lleva la bandera de España. Y un funcionario que lleva dos banderas de España, una al final de la palabra POLICÍA, en la espalda, y, otra, encima del escudo ¿va a detener a un ciudadano por llevar la misma bandera? ¿O se trata de ver quién la tiene más larga o más ancha? En ese caso, estamos perdidos, porque los tontos contemporáneos siempre vencen en el campeonato de estupidez.