Luis del Val, in memoriam: "Nicolás Redondo Urbieta, compañero del metal"
El profesor recuerda que "tenía enfrente, en el Congreso de los Diputados", a un Nicolás Redondo que "nunca fue un político, sino un luchador político o un político luchador"
Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Luis del Val pone el foco de 'La imagen del día' de Herrera en COPE en una figura histórica del sindicalismo español y de la historia política de España y que ayer nos dejaba:
"Nicolás Redondo Urbieta, compañero del metal, cuando ese término -compañero del metal- significaba clandestinidad y detenciones, detenciones y despido. Porque la patronal de entonces, la patronal de la Dictadura, aprovechaba que a uno de sus obreros le detenían por motivos políticos, y lo despedía por no acudir al trabajo. Un joven abogado, Felipe González, le defendió de uno de esos despidos injustos, y eso le valió para que Nicolás Redondo Urbieta, que podría haber sido secretario general del PSOE, le cediera el cargo a Felipe González. Bueno, no sólo por eso, sino que Redondo Urbieta nunca fue un político, sino un luchador político o un político luchador. Prueba de ello es que se enfrentó al propio Felipe, y le organizó una huelga general histórica, de esas que dejan con la boca abierta a novatos y profesionales. Recuerdo que le tenía enfrente, en el Congreso de los Diputados, y su grueso cuello, que desafiaba el botón más insistente de cualquier camisa, sujetaba una cabeza bien amueblada, de la que algún detalle pude percibir en el café-bar del Congreso. Me llamaba la atención esa brusquedad afectuosa, tan vasca, que, como no te fijaras bien, igual te llevaban a confundir el elogio con una bronca, y siempre pensé que, allí dentro, tras esa espartana oratoria, se almacenaban ingentes cantidades de ternura.
Cuando en cualquier conversación, alguien emplea la expresión un hombre de una pieza, mi imaginario lo asocia con Nicolás Redondo Urbieta, incapaz de aceptar un chantaje, de ceder una pizca de convicciones, de pasar por alto una injusticia. Y, si era preciso, incluso poner en peligro la estabilidad familiar -a la que hubiera defendido a bocados frente a un tigre- pero era un luchador, un aizkolari que tenía la misión de pegar hachazos, cada día, al duro tronco de la Dictadura. Nicolás Redondo Terreros, su hijo, podrá contar decenas de anécdotas que ilustrarán esa biografía sin mácula, esa ejemplaridad espontánea que talla una de esas personalidades de las que entran pocas en el millón, y que se labran hora a hora, lustro a lustro, sin un ápice de presunción. Mando un abrazo a Nicolás Redondo Terreros y, en medio de su dolor, le propongo el inmenso consuelo, el gran orgullo de haber tenido a ese padre".