Luis del Val: "Rafael Nadal es algo más: es el que salva el prestigio de la tribu"

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Rafael Nadal es algo más: es el que salva el prestigio de la tribu

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Después de batirse,  el que cae a tierra es el vencido, y el que permanece en pie es el vencedor. Por eso, del que cae al suelo se suele decir que ha sido abatido. Pero todo esto puede cambiar si el ganador del combate, acompañado de la explosión del triunfo,  cae a tierra como si buscara el origen telúrico de la existencia, y demostrara la satisfacción de la victoria con una mezcla de humildad y alegría, después de un esfuerzo que recuerda al de los titanes. Rafael Nadal ha cambiado esa simbología y, tras el triunfo, que nunca es sencillo ni evidente, se deja caer, no exhausto de fuerzas, que puede que también, sino con la necesidad de aflojar la tensión del combate, de relajarse en tendido supino, con la, tierra bajo  la espalda y los ojos, humedecidos por la emoción, dirigidos hacia el cielo.

No es el único cambio que ha traído Rafael Nadal al mundo de los campeones. Se ha desprendido de la vanidad, de la altanería y de la petulancia, que asoma en las vanaglorias de muchos triunfadores, y siempre lleva la camiseta de la modestia, porque sabe,  cada día,  las horas de entrenamiento y dedicación que hay detrás de cada trofeo. Más aún, como si se le quisiera poner a prueba, el destino que le dotó de unas enormes cualidades  también le ha retado con dolorosas lesiones que, a la mayoría, les hubiera impelido a abandonar, mucho más cuando ya se había  ganado honradamente los medios materiales para disfrutar de la existencia sin preocupaciones. Pero el pundonor, la fuerza de voluntad, le hicieron tomarse cada contratiempo como si fuera un partido de tenis que había que ganar, y fuera la rodilla o el codo, presentó siempre cara a la adversidad y volvió a recorrer el tortuoso camino de los dolores y las renuncias, como si estuviera empezando y tuviera que demostrar, de nuevo, que es un campeón

 Aunque debo confesar que a mí, cuando Rafael Nadal se me hace más grande es  en lo pequeño,  en ese apunte de molestia cuando el elogio del  entrevistador traspasa la barrera y llega a la adulación, o en esa salida espontánea a ayudar a sus vecinos en las inundaciones,  y su enfado cuando el periodismo que desatiende  la información se olvidó de las angustias de muchas personas y centraron sus focos en él, y los despachó con serena justicia, porque lo importante es que un niño no se ahogara,  o paliar, como fuera, el peligro de las aguas desbordadas. Es en esos momentos, sin el armiño de campeón, a pie de calle, cuando surge el hombre cabal y digno, la integridad de la persona, a la que la brillantez de una carrera histórica, no le ha estropeado la mente ni le ha restado serenidad. Y en estos momentos, en que España parece una bullente chamarilería, un patio de fenicios donde se compra,  se vende, se cambian sillones donde se sentarán unos campeones de nada para administrar nuestro dinero, que estos días estamos aportando en la declaración de la renta, cuando Rafael Nadal es algo más: es el que salva el prestigio de la tribu. 

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