El amor entre balcones: la bonita historia del beso más largo del mundo

José y Mery se conocieron durante el confinamiento. Tras verse varias veces en el balcón, quedaron a distancia en la azotea. Y así durante semanas hasta que él ha dado negativo

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El amor entre balcones: la bonita historia del beso más largo del mundo

Redacción Herrera en COPE

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15 de noviembre de 2019. Un ascensor y cuatro pasajeros. Dos hermanas, la prima de estas y él. José, que apenas llevaba un mes en el edificio, jamás olvidará esa fecha. Mery, aunque entonces no era consciente, tampoco lo hará. Pasaron los meses. El ascensor siguió subiendo y bajando. No volvieron a verse. Parte de la culpa la tuvo una extraña fiebre y una tos seca que le llevó a José hasta urgencias. Coronavirus. Fue uno de los primeros. Enviado a casa, por entonces era el protocolo con los infectados que no pertenecían a grupos de riesgo, convivió con sus miedos y soledades en un apartamento con alma de cárcel.

La mayor parte de la comunidad partió hacia otras tierras. Tan solo quedaron cinco puertas con aliento. Una la de José. Otra la de Ana y Mery. Dos hermanas compartiendo piso, confidencias y planes. Entre ellos el que llevó a Ana a pegar un folio en el ascensor ofreciendo ayuda a quien lo necesitara. Los vecinos se fueron apuntando. José apenas salía. Pero sacando la basura lo descubrió. No tardó en formarse un grupo de Whatsapp. Ya no eran incómodos desconocidos. Al aplaudir se sentían cercanos. Pero José no miraba hacia la calle. Buscaba la sonrisa de ella. Una de esas que iluminan al abrirse y echas de menos cuando se cierran. De ahí que fuera el primero en asomarse y el último en retirarse. Lo mismo sucedía en Internet. Argumentando que se había recuperado, se ofrecía para hacer compras y raro era el día en que no dejara algo en el felpudo de los vecinos. Pero lo que no sabían era que en la puerta de las hermanas siempre había algo más. Un detalle. Como la revista que les dejó al saber que Mery había comprado unas acuarelas antes del confinamiento.

Ana y Mery buscaron juntas su perfil en las redes. Así supieron que era once años mayor que ella. Pero insistía. A veces con mensajes personales. Como la mañana en que le pidió que se asomara. Allí estaba. En la acera. Era la primera vez que le veía de cuerpo entero. Ríe hoy ella al recordar que salió a la ventana sin pintarse y con moño improvisado. De hecho, desde que supo de su interés, meditaba qué ropa ponerse, se arreglaba y maquillaba. Pero no hacía falta. Para él era la más hermosa de la Tierra. A veces, concertaban citas rápidas. Una fugaz salida al balcón.

Lo justo para lanzarse un beso y que nadie les descubriera. Hasta que una tarde se citaron en la azotea. Era el 11 de abril. Él no bebe, pero indagó hasta el infinito para elaborar el mejor gin tonic del planeta. Preparó todo con sus guantes y mascarilla. Y a dos metros largos de distancia, hablaron de todo y de nada. Hasta que la noche cerrada les avisó de que llevaban horas bajo la lluvia. Quedaron para el siguiente día. Esta vez un picnic.

Una noche, tras consultarlo con un médico. José le pidió un abrazo. Con mascarilla. Mirando cada uno hacia un lado. Sin el roce de la piel. Podría parecer frío. Pero resultó cálido. Y hermoso. Semanas después llegó el deseado negativo en el test y finalmente se pudieron dar ese beso tan anhelado. Nunca lo olvidarán.

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