Luis del Val: "No estar en la primera división de la maldad no significa que actuemos como Judas diminutos"

El colaborador de 'Herrera en COPE' ha querido analizar la figura de Judas, trasladándola al día a día de la sociedad

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Luis del Val: "No estar en la primera división de la maldad no significa que actuemos como Judas diminutos"

Redacción Herrera en COPE

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Antonio Castillo Lastrucci, a mediados del siglo pasado, esculpió la imagen del beso de Judas. En las procesiones de Sevilla, suele aparecer Jesús con túnica blanca y, a su lado, acercándose a su mejilla, Judas Iscariote para indicar a quién tenían que prender.

Desde el punto de vista literario, el personaje de Judas, como todos los grandes malvados, resulta atrayente. Hay dos motivos: uno que no existen datos de qué hizo a lo largo de su vida, excepto por la gran traición que protagonizó. Y, el otro, porque las grandes maldades, las grandes traiciones, como la de Bruto, nos consuelan bastante a las personas convencionales, que no somos ni héroes, ni hemos protagonizado actos infames dignos de recordar.

Este efecto tranquilizador de los malvados de catálogo, es muy práctico para evitar reflexiones que podrían llegar a ser muy incómodas. Porque, en efecto, ni las personas que tratamos a nuestro alrededor, ni nosotros mismos, creo que seríamos capaces de grandes felonías, pero no estar en la primera división de la maldad no significa que, en categorías inferiores, en un grado menor, no actuemos como Judas diminutos de andar por casa.

Algo de Judas hay en nosotros, cuando ante la evidencia de un acoso laboral hacia un compañero, que nos consta que es injusto e inicuo, actuamos de manera pasiva para evitar perjuicios que nos podrían enfrentar a los jefes que lo perpetran e. incluso de una forma activa, rehuyendo a la víctima, dando a entender, con nuestro desapego, que estamos en acuerdo en la indigna arbitrariedad.

Pueden ser Judas con sus propios hijos quienes, en un proceso de separación, sean esposas o maridos, extorsionan emocionalmente a sus hijos, abusan de su desamparo intelectual y sentimental para exagerar los defectos y los vicios del otro cónyuge, sometiéndoles a un abuso psicológico despreciable.

Somos pequeños Judas quienes, ante una petición de ayuda, que podríamos llevar a cabo con bastante sencillez, aportamos inconvenientes inventados e irreales para no tener que realizar un par de gestiones o proporcionar un pequeño préstamo.

Somos algo Judas, cuando ante las quejas de nuestros mayores, respecto a alguna desatención en la residencia en la que se alojan, o el señalamiento de abandonos sobre algún residente, preferimos achacarlo a manías de la vejez, porque tomarlas en serio supondría complicarnos la vida.

Somos bastante Judas de andar por la calle, cuando ante un acto violento sobre alguien más débil, no es que intervengamos de manera heroica, es que volvemos la cara, y apretamos el paso para alejarnos, con una cobardía que sólo justificaremos con nosotros mismos llegando a la conclusión de que nosotros no vendemos a nadie por un puñado de monedas.

Pero nos vendemos a nosotros mismos, y nos traicionamos, cuando callamos ante la desfachatez, cuando evitamos el enfrentamiento con el poderoso, cuando la injusticia nos resbala, y somos obsequiosos con los soberbios si tienen poder, y con los déspotas si pueden perjudicarnos, y callamos y otorgamos, y permitimos que se continúe con los abusos.

En fin, además de despreciar a Judas, hoy, que no se puede salir a ver ningún paso donde se represente el beso de Judas, deberíamos mirarnos en el espejo de nosotros mismos, y tratar de recordar, cuántas veces y en cuántas ocasiones, no fuimos lo que creemos que somos, sino unos malos aprendices, unos Judas sin ninguna categoría.

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