Irene Pozo: "La fe es algo personal, pero no de uno solo, necesita ser compartida"

Decía madre Teresa aquello de "el que no vive para servir, no sirve para vivir". Servir es darse a los demás, es pasar de ser un yo a ser un nosotros. Porque cuando uno comparte lo mejor de si mismo con los demás, se siente bien, es algo que le llena. Sentir la felicidad de los demás es sentir nuestra propia felicidad.

Eso pasa un poco con la fe. Parece que como es algo tan íntimo, cuesta compartirla con los demás, pero cuando uno experimenta esa vivencia se da cuenta de su grandeza. La fe es algo personal, pero no de uno solo, necesita ser compartida. La fe no se vive en solitario.

Se acerca el Día de la Iglesia Diocesana, que viene a recordarnos que es en la parroquia donde nacemos a la fe. Y es ahí donde descubrimos que formamos parte de esa ‘familia de familias’ como dice el Papa Francisco.

Y nuestro compromiso, como familia, es caminar juntos para mantener viva nuestra parroquia. Porque juntos, como en toda familia, somos mejores. Y eso nos permite dar lo mejor de nosotros mismos para el bien de todos.

Hay muchas formas de darse: con la oración, dedicando algo de tu tiempo a los demás, con las cualidades que tenemos cada uno o con el apoyo económico, que también es importante.

La Iglesia llega donde otros no llegan. Lo vemos, por ejemplo, en la España vaciada, donde muchos sacerdotes entregan su vida cada día en pequeños pueblos acompañando a sus gentes. Tienen que atender varias localidades, distanciadas por muchos kilómetros en la gran mayoría de los casos. ¡Qué sería de ellos sin la ayuda de los feligreses! y ¡cuánto necesitan estas gentes una parroquia viva cerca de ellos!

En fin, que si algo nos ha enseñado la pandemia es que nadie se salva solo. Son muchas las cosas que podemos construir juntos, cada uno en la medida de sus posibilidades. Lo importante es darse, ponerse al servicio de los demás. Siempre con alegría y esperanza.