Diego Garrocho: "Me inquieta que haya periodistas que abiertamente se distinguen como activistas"
El profesor de Filosofía responde en La Linterna a la pregunta sobre 'qué puede corromper la profesionalidad de un periodista'
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¿Qué puede corromper o alterar la profesionalidad de un periodista? Creo que en el ejercicio del periodismo hay tres focos que amenazan la independencia de los profesionales y de los medios en general. De una parte está el poder económico, de otra el poder político y, por último, la capacidad que tienen las propias audiencias de inducir malas prácticas.
Si salimos del ámbito empresarial y nos concentramos en lo personal, creo que la injerencia política suele ser mucho más sutil que la económica. En primer lugar porque todos tenemos una ideología y es posible que nuestros propios prejuicios puedan jugarnos malas pasadas o alterar nuestros sesgos de confirmación. Me inquieta además que actualmente haya profesionales de la comunicación que abiertamente se distinguen como activistas, pues es obvio que quien haga de una causa su misión vital difícilmente podrá escrutar la realidad de forma crítica e imparcial.
Y lo mejor es que a veces son activistas no de unas ideas, sino de unas siglas e incluso a veces de personas muy concretas de unas siglas.
Ya sé que la imparcialidad perfecta no existe, pero eso no nos impide el que tengamos que trabajar para intentar conquistarla. Una vez le leí a Zarzalejos citar a Hannah Arendt una idea muy lúcida: “el periodista debe mantener siempre una mirada hostil sobre la realidad”. Hay otra forma de injerencia política, además, en nuestra profesión que es mucho más espuria que la que se traduce en mera ideología.
Quiero pensar que un político nunca dará un sobre con dinero a un periodista, pero mientras los partidos tengan capacidad de influir en quienes participan en una tertulia o puedan administrar información ulteriormente monetizable, esta tentación también es económica. Hemos normalizado que haya personas cobrando directa o indirectamente de partidos, al tiempo que lo informan de manera aparentemente neutral en los medios, y deberíamos construir un compromiso en el que este tipo de prácticas fueran abiertamente imposibles.
Lo peor de todo es que en ocasiones el objeto del soborno del poder político a un redactor o a un columnista es puramente simbólico. Basta un Whatsapp de un ministro celebrándote un artículo para que de algún modo ya te estén abrevando la vanidad. Y ya comentaremos en otro momento el último riesgo, el de la servidumbre de la propia audiencia.
En un mundo cada vez más polarizado, la tentación de convertir a los medios en pequeñas iglesias de fieles fanatizados, ese es otro de los mayores peligros.