LINTERNA CONFIDENCIAL

Rajoy cambia de modos

En la sede del PSOE, en la madrileña calle de Ferraz, se daba por hecho en la noche del domingo que el pacto global con Podemos será posible. Fernando Jáuregui.

Mariano Rajoy durante su comparecencia este martes en Génova. PP

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Lo habíamos anticipado el martes en el ‘confi’: tras la sesión de control parlamentario de este miércoles, el presidente lanzaría algún mensaje a los periodistas cuando estos le abordasen, como hacemos casi siempre, y casi siempre  sin resultados. Ahora fue distinto. Mariano Rajoy cambia de estrategia a tenor de los resultados electorales, y frente a su habitual hermetismo ha optado por acercarse de nuevo a la prensa. Y ha sorprendido que lo hiciera de la manera que lo ha hecho, atendiendo en un corrillo a las cámaras  durante al menos ¡dos minutos!, algo que casi  nunca suele hacer, como comentaba más arriba. Y hasta habló de cambios, esos para él odiosos cambios a los que se resiste como gato panza arriba. "Los cambios no se producen con antelación, sino cuando se producen, tanto en el Gobierno como en el partido", dijo como frase clave ante unos atentos periodistas que hasta habíamos hecho apuestas acerca de cuánto tiempo se detendría el presidente en su huida tras la sesión de control.. Del plasma a la cercanía del cara a cara en pocas semanas.Pero las circunstancias obligaban a ello, y Rajoy contó que no descarta acometer en el futuro cambios en el seno del partido y ha recalcado que el PP irá "poco a poco" tomando las decisiones "más convenientes" para ir a las generales de final de año en la "mejor forma posible". "En cuanto al partido, lógicamente iremos poco a poco tomando las decisiones que creamos que son más oportunas y convenientes para poder presentarnos a las elecciones de la mejor forma posible y para pedirle a los españoles que vuelvan a darnos su confianza", dijo en los pasillos del Congreso.Estas palabras en el corrillo informal podrían interpretarse como un aviso de los cambios que vendrán para evitar otro desastre electoral, esta vez en las generales.De todas maneras, detecto miedo. Demasiado miedo, pienso. El pacto entre el PSOE y Podemos –no hecho, pero ‘in fieri’--, los movimientos en Izquierda Unida para buscar lo que algunos llaman un ‘frente popular’ con la formación de Pablo iglesias, la probabilidad de que Ada Colau sea alcaldesa en Barcelona, Manuela Carmena en Madrid, alguien de Podemos en Cádiz, alguien de las ‘mareas’ en La Coruña y Santiago…Son todos terremotos que sacuden las conciencias de quienes pensábamos que venía un cambio, sí, pero que todo quedaría en el abandono de la primera fila política de algunos derrotados que llevaban años, varios de ellos muchos años, en el machito: Rudi, Bauzá, Herrera, León de la Riva, acaso hasta la pugnaz Esperanza Aguirre. Y poco más: un poco de ‘movida’ en los predios de Mariano Rajoy pero, al fondo, el regreso de la calma relajante de las rías gallegas.Ahora, en cambio, al grito de ‘¡que vienen los rojos!’ no faltan ya quienes ven volver las quemas de conventos, las milicias populares, el fin de la propiedad privada, el cierre de las calles al tráfico privado, la okupación oficial de las viviendas no habitadas, el impago de la deuda…Y créame, no exagero demasiado con esta enumeración: tertulias, columnas y charlas de café, hilos de conversaciones en las redes privadas, abundan en estas horas en ese temor al porvenir, a que lo que llaman ‘la extrema izquierda’, o ‘los comunistas’, se hagan con los sillones municipales y quién sabe si hasta con alguno autonómico para desde allí destruir los cimientos de la democracia occidental (palabra: algo de esto nos ha dejado dicho Esperanza Aguirre).Sé que voy contra una cierta corriente asustadiza, que me ha llevado a recientes confrontaciones, eso sí siempre amables, en tertulias y foros diversos. Pero debo diferir incluso en la semántica: hablar ahora de ‘frentes populares’, de regreso del comunismo, casi de los soviets, y de predominio de una izquierda extremista –a la candidata Carmena incluso le colgaron el monigote de ‘filoetarra’; a ella, que fue, y me consta, amenazada por ETA--, me parece una franca exageración, casi un perjudicial dislate. Entran en posiciones de gobierno, sí, gentes ajenas a la política tradicional, con planteamientos progresistas fuera de lo hasta ahora establecido, unos planteamientos que son, a veces, quizá utópicos: la realidad acabará, claro, imponiéndose, como se impuso a aquellos estudiantes de La Sorbona que, en los sesenta, lanzaron el imaginativo grito “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Ahora toca, laus Deo, poner unos gramos de utopía en el secarral de la política española. Mañana, la dura realidad atenuará muchos entusiasmos, como atenuó el lenguaje de desplantes, despropósitos y desprecios a la ‘casta’ con el que las gentes de Pablo Iglesias llegaron haces unos meses a las proximidades del poder; una evolución de la que, personalmente, me alegro, porque sé, y sé que ellos saben, que no puede ser una moderación solamente cosmética, un disfraz: esos vientos de sosiego han llegado para forzosamente quedarse.Y es posible que, de paso, con la revolución que han propiciado los votos en este loco 24 de mayo, muden algunas costumbres y usos suntuarios cuya pervivencia carece de sentido. Y también es posible que quienes ahora ostentan, muy legítimamente por cierto, el poder, empiecen a pensar en que hay que cambiar fórmulas de comportamiento, olvidar esquemas alejados de la ciudadanía, si quieren mantenerse en el machito.A Mariano Rajoy, dicho sea para que nadie me acuse de no señalar, le piden hasta los suyos que se mire al espejo y reflexione sobre si su mensaje de que ‘todo va bien, así que para qué cambiar’ es el correcto. Este miércoles, le ví detenerse –rara avis—durante nada menos que ¡dos minutos! con los informadores que le acosaban en los pasillos del Congreso de los Diputados, donde se sometió a una anodina sesión de control parlamentario al Gobierno: allí, contra lo que había mantenido férreamente hasta entonces, admitió la hipótesis de que finalmente introduzca, a saber cuándo y cuántos, cambios en el Ejecutivo y en el partido. Incluso los de su entorno lo consideran necesario. Yo solamente puedo decir que en manos de Rajoy, que, pese a la debacle sigue siendo un respetado político y el que cuenta con mayor poder de España, está lograr que el huracán de mudanzas que viene se temple, se encauce por los senderos del bien público y se equilibre. Taponar el cambio que viene al grito despavorido de ‘que vienen los rojos’ sería ahora el mayor error que un gobernante podría cometer.

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