Madrid - Publicado el - Actualizado
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Se trataba de acabar con la vida de toda una etnia. Y llevar los límites del horror del siglo XX a otro nivel. Se hizo a machetazos, se denunció a las víctimas por radio, las violaciones y vejaciones superan el cuarto de millón de personas. La comunidad internacional protestó en susurros. Y en cien días se segó la vida de un millón de personas.
Han pasado veinticinco años de aquel horror. Veinticinco años del genocidio de Ruanda. Un hijo más de los dramas de la descolonización y del surgimiento de nuevos estados, en los que la arbitrariedad y frivolidad de las potencias europeas estuvo sucedida por el caos y por la tempestad de los peores instintos desatados. Se habían cocinado a fuego lento durante los años de dominación extranjera de una región que transitó entre manos alemanas y belgas antes de conocer la independencia. Los equilibrios de la explotación colonial jugaron con las ecuaciones étnicas de la zona. Hutus contra Tutsis. Pastores contra agricultores. Hasta la independencia, la minoría Tutsi gozó de un predominio con forma de monarquía colonial, que se tornó en un dominio Hutu con la llegada de la independencia.
El ojo por ojo llevó en 1990 al estallido de una guerra civil que debía haber concluido con los acuerdos de Arusha de 1993. La posibilidad de una paz razonable se vio truncada por el asesinato aún sin resolver del presidente Juvénal Habyarimana. Pocas horas más tarde, como supuesta represalia ante el crimen, se desencadenó el horror contra los Tutsis, acompañados en martirio por los Hutus moderados y por miembros de la minoritaria etnia Twa.
Durante cien días la muerte se hizo la dueña, impuesta sobre las bases del fanatismo más extremo. La comunidad internacional no hizo nada. Las fuerzas de la ONU responsables de hacer valer los acuerdos de paz, poco podían hacer frente al cruento aquelarre desatado. Bill Clinton considera la falta de músculo estadounidense ante el genocidio el punto más bajo de su presidencia. Finalmente, Francia, bajo mandato de la ONU, intervino en la llamada Operación Turquesa, que todavía hoy es sujeto de polémica.
Veinticinco años más tarde Ruanda lucha por la reconciliación. Los efectos del genocidio se extendieron en el tiempo, y llevaron la inestabilidad al Congo, asolado por dos guerras civiles poco después, donde se liberaron las mismas sinrazones. Todo ello en el solar de un continente olvidado, y que sigue clamando un lugar bajo un sol que sea menos ardiente, y un futuro menos cruel que su pasado y presente.