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'El bueno, el feo y el malo' de Jorge Bustos

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Escucha 'El Bueno, el Feo y el Malo' con Jorge Bustos

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Termina la Semana de la Independencia y Cataluña sigue siendo española, a diferencia del Reino Unido, que no solo nunca fue español sino que ya es menos europeo que la semana pasada. Pero no quiero pisarle de momento el negociado a Javier y me voy a centrar en la mejor noticia que la política, entendida como servicio práctico a los ciudadanos, ha dado en los últimos días. Para ello me place reivindicar como bueno a un ministro que habitualmente carga con la maldad proverbial no solo del gabinete, sino del país entero.

El bueno: Cristóbal Montoro

Como sheriff de las ondas, es conocida mi debilidad por los villanos. Recuerdo una frase de Billy el Niño en la novela de Ramón J. Sender que recomendaba amar a tus enemigos, pero no por cristianismo sino por narcisismo, pues cuanto mejor es tu enemigo, aseguraba el pistolero, mejor eres tú. En ese juego de simetrías no hay villano más querido que Montoro, el látigo de los defraudadores, el ojo que escruta los bolsillos, el terror de los rentistas, la némesis de los manirrotos autonómicos. Pues bien, a despecho de su fama, el pasado miércoles don Cristóbal se destapó como negociador flexible y empático, anotándose el mayor acuerdo por la renovación del empleo público en España desde la llegada de la democracia.

"Cuanto mejor es tu enemigo, mejor eres tú"

Para que luego digan que don Cristóbal carece de sensibilidad. No es poca cosa, en tiempos de estibadores envalentonados, poner contentos a tres sindicatos diferentes desde el departamento más odiado del Gobierno. Con ellos ha pactado Montoro una convocatoria de empleo público para 250.000 plazas en los próximos tres años, al objeto de convertir interinos en fijos. De ese modola tasa de temporalidad en el sector público descenderá del actual 23% al 8. Los opositores que se queman las pestañas sobre pilas de temarios esperando la anhelada convocatoria de plazas, los médicos que acumulan contratos mensuales para poder trabajar, los policías que garantizan nuestra seguridad desde su propia inseguridad laboral… Todos esos colectivos y muchos otros pueden celebrar por fin una medida que les beneficia inequívoca y directamente, a ellos y a todos nosotros. Pero además, Montoro acaba de negociar con discreción y trabajo unos Presupuestos que ni practican recortes ni suben impuestos, y que aumentan significativamente las partidas sociales. En esto debería consistir la política adulta, y no en estúpidos postureos de plató.

El feo: Ana Pastor

-Ese es el papel de doña Ana Pastor, en efecto. Todo apunta a que la presidenta del Congreso va a tener más trabajo este año que el chapista de Fernando Alonso. Es un papel feo por ingrato, porque Pastor debe ser neutral y también parecerlo, y eso a menudo solo se consigue llamando al orden a los díscolos de su propio partido. El hemiciclo se ha llenado de jabalíes populistas o indepes que contagian sus formas mamíferas a los diputados de orden, y en el jaleo doña Ana se ve sola ante el panel de mandos.

Hay que reconocérselo, cosa que no pudimos decir de don Patxi López durante su efímero paso por tan alta institución. Por cierto que si Patxi no supo mantener la disciplina en el Congreso, dudamos mucho que pueda poner paz entre sanchistas y susanistas. Ana Pastor se está preocupando de tender puentes con todos los grupos, y en especial con los más radicales, lo que prueba su astucia. Yo mismo atestigüé desde la tribuna de prensa el miércoles pasado los aplausos que Pablirene, célula política indivisible compuesta por Pablo e Irene, destinó a la presidenta cuando le retiró la palabra a Rafael Merino, diputado del PP que estaba conduciéndose con manifiesto desprecio del orden del día y de la cortesía parlamentaria. En previsión de futuras riñas, nosotros recomendamos a doña Ana que amplíe el cuerpo de maceros del Congreso, cuyos uniformes quizá hayan pasado de moda, pero cuyas mazas intimidan todavía lo suficiente.

El malo: Carles Puigdemont

Si hablamos de Carles Puigdemont, el Luther King de la Costa Brava, desde luego que necesita no una maza sino a Maza, con mayúscula, el fiscal general del Estado, del que todos los españoles con aprecio a nuestra soberanía nacional y a la unidad de España esperemos que las defienda con la contundencia que evoca su apellido. El bueno de don Carlas, a quien el árbol de su flequillo no le deja ver el bosque de la ley, se ha pegado una semana de gira estadounidense tratando de convencer a los académicos de Harvard de que España es Turquía, que Rajoy es Erdogan, que los catalanes son negros oprimidos y que él va por la vida emancipando naciones como un Bolívar de pan tumaca. El éxito de semejante mensaje es difícil de calibrar, porque cuando se carece del más elemental sentido de la vergüenza propia uno puede llegar lejísimos por el sendero del ridículo sin encontrar jamás el camino de regreso.

Extraña colonia oprimida es esta a la que el Estado tiránico no hace más que regar con lluvias de millones. Pero el Procés es impermeable a la razón, de lo cual empiezan a darse cuenta los propios catalanes, que según la última demoscopia empiezan a dar la espalda al espantajo indepe, que nunca fue otra cosa que el negocio de unas élites corruptas basada en la manipulación emocional o la incultura de sus votantes. Solo esperamos que al Gobierno le quede dinero para invertir con similar generosidad en las comunidades leales.

Un disparo en la recámara

Dos detonaciones escuetas. Una salva en honor a Amancio Ortega, cuya donación a la sanidad pública solo puede censurarla alguien que antepone el resentimiento ideológico a la cura del cáncer. Y la segunda a propósito de la tuitera condenada por bromear sobre el asesinato de Carrero Blanco, cuya pena considero excesiva. El humor macabro y de absoluto mal gusto no puede equipararse al enaltecimiento terrorista de los filoetarras que operan aún en Euskadi y Navarra. Reservar todo el peso de la ley para quien lo merece es la mejor manera de que la justicia brille en toda su ejemplaridad.

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