Diego Garrocho explica la base del actual "desprestigio" de la democracia y cómo se puede reparar

El profesor de Filosofía da las claves en 'La Linterna' de la situación política actual y cómo nos afecta como ciudadanos

Diego Garrocho en 'La Linterna'

Diego Garrocho en 'La Linterna'

Redacción La Linterna

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¿Se nos parecen los políticos? 

Pues a mí me gustaría pensar que no, porque lo deseable sería que quienes nos gobiernan fueran algo mejor que nosotros. Este ha sido durante siglos el sueño de todos los utopistas. En el marco de una democracia representativa, cabría esperar que fueran los más aptos entre nosotros, los embajadores de nuestra voz y de nuestras convicciones. 

Y aunque el exceso de utopía también genera monstruos, parece absurdo renunciar a una mínima exigencia. Que los diputados, por ejemplo, se lean las malditas leyes que van a aprobar. Esta semana supimos de la inminente excarcelación de terroristas que vendrá promovida por la enésima transacción opaca del gobierno con sus socios y por la falta de cuidado de una oposición a la que habrá que recordar su participación en este contexto de degradación política. 

El daño es importante, no solo porque la medida es dolorosamente injusta, tanto que ni siquiera sus promotores han optado por defenderla en público, sino porque añade un nuevo balde de desprestigio a nuestra institucionalidad. 

Si la democracia liberal está en peligro, en gran medida es porque sus instituciones y quienes las habitan no están sabiendo estar a la altura de la encomienda. Desprestigiar la democracia es tanto como desprotegerla y exponerla ante sus enemigos. Si el parlamentarismo es esto, si la democracia representativa es una descuidada performance en las que sus señorías están más pendientes del corte tuitero y de las intrigas internas que de hacer diligentemente su trabajo, va a costar mucho quitarles la razón a quienes sostienen que este sistema no merece la pena. Que gobierne una aristocracia moral puede que sea una aspiración desmedida. 

Sin embargo, creo que podríamos exigirles a nuestros representantes, al menos, lo mismo que se nos exige a cualquier ciudadano en nuestro desempeño profesional, una mínima honestidad, veracidad y leer la atención a todo lo que hacen. De lo contrario, no habrá nada valioso que rescatar cuando vengan a derribar este sistema que ya tiene demasiados enemigos. La situación tiene algo de desalentadora y es que ya lo dijo Platón hace 2.500 años en el primer libro de la República. El mayor de los castigos es ser gobernado por alguien que sea peor que uno. 

¿Están los mejores en el Congreso? Bueno, yo creo que seguro que no y que lo que cabe preguntarse es por qué hemos construido un marco político donde la gente con mejor capacidad puede estar huyendo y ya no quiere dedicar sus desvelos y su vida a esta tarea. Tema interesante. 

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