Diego Garrocho: "El problema lo tenemos los votantes que no castigamos la contradicción, una de las peores formas de mentira"
El profesor de Filosofía reflexiona sobre las contradicciones más sonadas en el mundo de la política: de Teresa Ribera a María Guardiola
Madrid - Publicado el
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Existen buenos motivos para pensar que la contradicción es o bien un error de nuestro razonamiento o bien una suerte de deslealtad. Pero en esto, como en casi todo, habrá que elegir. Pablo Iglesias se hizo célebre con aquella metáfora en la que asumía la necesidad de cabalgar contradicciones. Sin embargo, a este respecto, creo que prefiero acogerme a la máxima de Aristóteles, quien hizo del principio de no contradicción uno de los fundamentos de su filosofía. Un principio que, por cierto, acabó siendo determinante en toda la tradición occidental.
De un tiempo a esta parte, el clima político está tan corrompido que yo he decidido no debatir en términos ideológicos. Simplemente me conformo con que exijamos a todas las ideologías y a todos los políticos que no se contradigan. Por ejemplo, confieso que renuncio a resolver si debe establecerse un cordón de bloqueo –me niego a llamarlo sanitario– con las fuerzas políticas populistas. Me conformo con cualquier respuesta, siempre y cuando no entrañe contradicción. Por ejemplo, María Guardiola, hoy presidenta de Extremadura, prometió que jamás gobernaría con Vox, y si hoy preside la Junta de Extremadura es precisamente por los votos de la formación de Santiago Abascal.
De igual modo, el PSOE, que tantas veces ha convertido las alarmas contra la extrema derecha en su razón de ser, de pronto se ha mostrado dispuesto a apoyar en la Comisión Europea al candidato de Giorgia Meloni. Todo para garantizarse la elección de la todavía ministra Teresa Ribera como comisaria.
Por cierto, si de contradicciones se trata, el mismo filtro podríamos aplicárselo a la propia Ribera con respecto a las centrales nucleares. Durante años se ha demostrado contraria a este tipo de energía y, de pronto, cuando ha necesitado los votos de los eurodiputados conservadores, no ha dudado en enmendar sus propias convicciones para saludar con optimismo a la energía nuclear y al candidato de la derecha radical italiana.
En cualquier caso, el problema no lo tienen los políticos. El problema lo tenemos los votantes. Que no castigamos la contradicción, una de las peores formas de mentira. Pero parece que estamos siempre dispuestos a que nos mientan. Eso sí, siempre y cuando quienes nos mientan sean los nuestros.