El ejemplo de una joven española que encontró la felicidad en una ONG en Uganda: "Lo que hago merece la pena"
La vida de María Galán cambió cuando la Covid-19 le impidió salir del país y explica en 'La Noche de COPE' cómo es esa labor que hace en el orfanato Kikaya House
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Lejos de la idea material en la felicidad, existen personas como María Galán. A sus 23 años, cuando finalizó sus estudios universitarios, se instaló en Uganda. Esa es la base de su plenitud: la solidaridad. Forma parte de Babies Uganda, una ONG Cooperación Internacional al Desarrollo. Uganda es un país donde las mujeres tienen una media de seis niños, y donde existe una enorme pobreza y un alto índice de mortalidad. Eso conlleva a una gran cantidad de niños huérfanos. Este martes cuenta su historia en 'La Noche de COPE'.
María encontró "todo el sentido de lo que hacía" y, por tanto, lo que le "trae la felicidad". "Al final las cosas que vivimos aquí no son nada fáciles, vivimos en un pueblo donde hay muchísima necesidad, situaciones muy fuertes emocionalmente, mucho peso sobre los hombros", explica en 'La Noche de COPE'. Además, trabaja en un entorno en el que existe "un choque cultural impresionante": "Soy la única blanca de la zona, nunca paso desapercibida y bueno, hay mucha gente que te considera un salvavidas que a veces hasta puede ahogarte a ti".
"No es que yo esté contenta todo el día, ni mucho menos, pero yo sí soy feliz de ser consciente de que todo lo que hacemos merece la pena, que tiene resultados y sobre todo porque estoy en primera línea de una lucha que para mí es primordial", señala sobre este concepto de felicidad. Hubo un día en el que empezó a plantearse su futuro y María vio que no quería "estar trabajando en una empresa para ganar dinero y comprarme una casa mejor o tener más comodidades". Todo comenzó con unas prácticas de la universidad, pero el punto de inflexión fue otro.
La vida en Uganda
Apareció la Covid-19: "Entonces cerraron el aeropuerto cuando yo solo me venía para tres meses y me tuve que quedar seis, ahí ya de verdad me di cuenta de que es que esto era lo mío y que ya no volvía". Trabaja en el orfanato Kikaya House donde vive con 32 niños y en el que "ningún día es igual al otro. "Lo único que tenemos claro es que de 7:30 a 8 tienen que estar ya en el colegio, a la 1 llegan los que van a infantil, a las 5 los de primaria y a las 6:30 empezamos con los baños y sobre las 8 si nos ha dado tiempo empezamos a meterles en la cama", concreta.
Lo que altera los días son cuestiones como "ir al hospital", ya que "implica que vas a pasarte todo el día por ahí porque tienes colas de cinco, seis o siete horas". Pero el trabajo no importa porque se compensa con cariño: "Al final, aquí el cariño se demuestra de una manera muy diferente a la que nosotros entendemos. La comunicación con los niños es superescasa, entonces haber conseguido con todos ellos la confianza que tienen conmigo, como cuando cada vez que tiene un problema, pero es que sea grande o pequeño, da igual, saben que estoy ahí. Si quieren un abrazo, pues estoy. Que están malitos, pues saben que voy a ir con ellos al hospital y luego nos vamos a ir a comprar un zumo. Son tonterías, que no son tan tonterías cuando ves como marcan la diferencia en la vida de un niño", destaca.