Españolito que vienes al mundo, canta Serrat con versos de Machado, una España ha de helarte el corazón.
Sánchez estuvo ayer en el sur de Francia y visito las tumbas de dos exiliados: el poeta Antonio Machado y el que fuera presidente de II República Manuel Azaña. Con el adanismo que le caracteriza Sánchez quiso presentar ese gesto como la reparación pendiente, el reconocimiento pendiente de los españoles que tuvieron que salir de su país y murieron lejos de su tierra. Sánchez, en su infantilismo político e histórico, en su pretensión de inventarse el mundo cada día, pretende cargarse de un plumazo una historia de reconciliación de 50 o 60 años. Sánchez, que no ha leído a los republicanos exiliados, que no ha leído a Salvador de Madariaga, que no ha leído a Indalecio Prieto, que no ha leído a Azaña se dedica a utilizar el exilio para resucitar a los dos Españas.
Si ayer, al depositar la corona de flores en la tumba de Machado, Sánchez hubiese pegado el oído a piedra, habría escuchado algo así:
Las dos Españas que según Machado helaban el corazón estaban enterradas y bien enterradas. Hasta que llegaron políticos como Sánchez que desenterraron el Guerra Civilismo.
Si ayer Sánchez en vez de escucharse a sí mismo hubiera escuchado lo que decía Azaña en su tumba hubiera escuchado, por ejemplo, el discurso del presidente de la República, dos años después del comienzo de la Guerra hablando de paz, piedad y perdón.
De Azaña habría que decir muchas cosas y no hay tiempo porque es un perfil muy complejo, pero el Azaña del exilio reconoce la falta de sentido de lo común que le ha faltado a la política española. No sabemos si Sánchez sabe que Aznar en los primeros 90 era el que más revindicaba a Azaña.
Sánchez quiso establecer una línea de continuidad entre la Constitución del 78, la actual y la República.
Y esto no es solo ignorancia sino ganas de tergiversar la historia. La Constitución del 78 se redacta con la pretensión de dejar atrás los años de la dictadura, pero también los excesos de la Constitución republicana. Los excesos en materia religiosa, en proporcionalidad de las circunscripciones y en muchas cosas más.