El desastre del Prestige sigue vivo en quienes estuvieron allí: “Después de 20 años todavía tengo pesadillas”

El petrolero monocasco se veía sorprendido por un temporal y sufría una vía de agua; llevaba a bordo una tripulación de 27 personas y una carga de 77.000 toneladas de fuel

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Redacción La Tarde

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El 13 de noviembre de 2002, va a hacer 20 años… a las 3 y cuarto de la tarde un barco llamado Prestige, un petrolero de 243 metros de eslora que navegaba con bandera de Bahamas, lanzaba una petición de socorro a unos 52 kilómetros del Cabo de Finisterre, en la Costa da Morte gallega. El petrolero monocasco se veía sorprendido por un temporal y sufría una vía de agua. Llevaba a bordo una tripulación de 27 personas y una carga de 77.000 toneladas de fuel.

Hoy conocemos muchas grabaciones de las conversaciones que tuvieron lugar en esos 6 días en que el petrolero fue llevado primero al sur, luego al norte y finalmente al oeste, alejándose de la costa.

Aparte de la gran tragedia para el medio ambiente, que no solo tuvo lugar en Galicia, afectó a 2.000 kilómetros de costa española, francesa y portuguesa. La reacción fue espectacular, una auténtica marea humana de voluntarios que fue calificada entonces de hito histórico. Acudieron de toda España. Su imagen con monos blancos teñidos de negro recorrió el mundo

Su posterior naufragio causará una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia de España. El barco llevaba 26 años navegando y ya había tenido alguna reparación en el casco. No ayudó que fuera una especie de ONU flotante. Venía de Liberia, con bandera de Bahamas, su carga pertenecía a Suiza y la aseguradora era británica. Apostolos Mangouras era el capitán del barco y tenía 68 años en la época. Es a día de hoy la única persona condenada en el juicio. Se condenó al capitán por un delito de desobediencia grave a las autoridades españolas durante las operaciones de rescate, que le supuso una condena a nueve meses de cárcel por la que nunca entró en prisión.

José Manuel Martínez, patrón mayor de la Cofradía de Nuestra Señora de las Arenas de Finisterre, llevaba un mes en el cargo en aquel momento. En ese momento, todo el que tuviera un barco salía a ayudar. Martínez rememora que, al principio, tampoco le dio “demasiada importancia”. “Nosotros mandábamos dos barcos de avanzadilla para detectar el chapapote y después salía toda la flota a recoger fuel”, recuerda el patrón.

Lo primero que intentaban es que no llegase a la costa: “Mucho venía ya solidificado”. Se iba cargando en sacos y, cuenta Martínez que “cuando el barco estaba cargado, venía para tierra y la grúa lo descargaba”. Los marineros trabajaban “a destajo”, “todos los días” salían a recoger el fuel y a tratar “de minimizar que llegara a la costa”.

Lo primero que pensó el patrón fue: “Esto cómo lo vas a parar”. Pero “conforme van pasando los meses”, cambió la idea porque analiza que “es un mar que bate mucho”. Aun así no dejaba de preguntarse: “Qué va a ser del sector del mar”.

Lo que más recuerda de ese momento era “el olor, la gente pringada de negro, llegar los barcos cargados hasta el extremo y descargar durante horas lo que se iba recogiendo”. Pero sobre todo: “el olor aún lo tienes impregnado de todo aquello”.

Ayuda desde todos los puntos del mapa

Una de las personas que ayudó era Paloma de la Puerta. Entonces tenía 30 años y recuerda de esos momentos que, en ese momento, “había bastantes manchas”. “Yo recuerdo el olor”. Sentía en las caras de la gente de mar que “era una impotencia”. Era ”una lucha contra algo que no controlaba”. Cree que aquella fue “la primera vez que la gente de interior miramos al mar más allá de la playa y entendimos que detrás de la playa había un sector que se podía desmembrar“. Porque si no, “de qué iba a comer esta gente”, se preguntaba.

Ella fue porque no había oído hablar de desastres naturales y entendió que “algo muy gordo” estaba pasando. Sentía que “todo el mundo iba dando palos de ciego”. Era muchísima información pero no paraba la contaminación: “Era mucha desinformación”. “Salió una partida de la Comunidad de Madrid y me apunté”, así fue como comenzó su ayuda. “Después de 20 años todavía tengo pesadillas”, sentencia Paloma.

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