Un amor que se hace carne

La imagen del Cristo yacente de la parroquia de San Jorge, en Paiporta, con el rostro lleno de barro, no es una más de las muchas que hemos contemplado en estos días de desazón, de abatimiento y de cólera, pero también de reparación, de cuidado, “de fe, esperanza y caridad”, como reconocías asombrado tú mismo, Jorge, en Mediodía COPE, tras visitar la parroquia de Nuestra Señora de Gracia, en el barrio de La Torre, convertida en el banco de alimentos más decisivo del sur de Valencia. Más de un sacerdote, con la pala en las manos, se ha visto interpelado estos días en las calles embarradas de la zona cero de la gran riada: “padre, ¿dónde está Dios en medio de esta tragedia?”. 

Como ya dije aquí hace unos días, la tragedia nos obliga a hacernos preguntas, sobre todo las que se refieren al valor y al sentido de nuestra vida: al dolor y al sacrificio, a la muerte de los seres queridos, a nuestra exigencia de justicia y de felicidad. La Iglesia, que ha salido de sus recintos, que ha estado codo a codo con todos en la calle, ha ofrecido su respuesta. No en forma de discurso, sino a través de una presencia elocuente.

A la Iglesia que camina estos días por el barro en Valencia no hace falta explicarle qué significa eso de “Iglesia en salida”, ni tampoco qué significa “sinodalidad”. 

Es una Iglesia que ha sorprendido a propios y extraños por su modo de estar en medio del drama: curas y laicos, jóvenes y mayores, monjas y universitarios: con botas, con palas y escobas, con el rostro dolorido y al tiempo lleno de esperanza, con las palabras justas, quizás pocas, porque no hacían falta más. 

Con su arzobispo, Don Enrique, muy presente pero discreto. Trabajan sin problema junto a muchos otros que piensan distinto, viven una extraña amistad indestructible, limpian, curan, alimentan… y a través de todo ello, gritan que la vida no es un gran absurdo, que la nada no es nuestro destino, sino un Amor que se ha hecho carne.