Cuando corro, Él se complace en mí
Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Decía Benedicto XVI que el drama de Europa era haber asumido que Dios es el enemigo de nuestra libertad y de nuestra felicidad. “Dios no quita nada, clamó el papa Ratzinger en el inicio de su pontificado, sino que nos lo da todo”. A veces los propios cristianos hemos contribuido a esa imagen estúpida y falsa de un Dios que nos fastidia con sus normas, que tiene que ver más con el orden y el control que con el deseo de felicidad. Por el contrario, el Dios que ha revelado Jesucristo se dirige siempre al corazón del hombre, a su deseo de verdad, de justicia, de belleza. Como dice el Catecismo, su gracia se injerta en el deseo natural de felicidad que define el corazón de toda persona.
Esto me recuerda una escena de la película Carros de Fuego. La hermana del corredor escocés Eric Liddell, intentaba convencerle de que abandonase una competición para dedicarse por completo a la misión. Ambos formaban parte de una familia presbiteriana de hondas raíces en Escocia y esa familia había depositado en Lidell la esperanza de que encabezase una nueva misión en China, pero el joven tenía dotes extraordinarias para la carrera y era ya un campeón en ciernes dentro de las islas británicas.
Lidell explicó a su hermana, entristecida, que para él correr era la forma de dar gloria a Dios y de anunciarlo al mundo, como se ve en una hermosa escena en la que habla a sus seguidores tras una carrera victoriosa. “Siento que cuando corro, Él se complace en mí”, le dijo a su hermana, que temía que se entregase a la fama t a los éxitos mundanos. Eric Lidell fue galardonado con la medalla oro en las Olimpiadas de París de 1924, pero siempre, a través de sus triunfos o fracasos, hizo presente al mundo la belleza de su Señor. Años más tarde marchó finalmente a China, donde gastó su vida para anunciar el Evangelio. Dios no quita nada, sino que nos lo da todo.