Un gigante africano

Hoy me ha alegrado la noticia de la apertura de la causa de canonización del cardenal Bernardin Gantin, el primer africano llamado a presidir una congregación de la Curia Romana. Cuando a Joseph Ratzinger le preguntaban por los supuestos vicios de la Curia y por las luchas de poder soterradas que en ella tendrían lugar, ponía siempre como ejemplo de servicio y de transparencia evangélica al cardenal Gantin, que siempre fue un verdadero amigo para él. De hecho, en uno de sus viajes a África rezó, conmovido, ante su tumba.

El apellido Gantin significa “árbol de hierro de la tierra de África”. Había nacido en Benín y, muy joven, fue nombrado arzobispo de Cotonú, la capital económica del país. Con sólo 47 años Pablo VI le nombró cardenal, y en 1984 Juan Pablo II le llamó a Roma para ser Prefecto de la Congregación para los obispos, así que por sus manos pasaban las carpetas de los nombramientos episcopales en todo el mundo. Se reconocía profundamente africano, pero también hijo de los misioneros europeos que con el sacrificio de sus vidas habían plantado la semilla del Evangelio en su tierra. Su figura era imponente, pero alegre y sencilla. Tenía un don especial para discernir lo que era esencial, le gustaba hablar bajo y tenía una afabilidad espontánea y un sentido del humor que le permitían tender puentes con cualquier interlocutor.

Mientras estuvo en Roma llevó siempre a África en su corazón, pero cuando le llegó el momento del retiro decidió regresar a Benín. Roma no sólo no le había maleado, sino que en su última homilía en la Ciudad Eterna dijo que todo misionero, aun siendo originario de una nación concreta, debe poseer un “corazón romano”, porque era consciente de que el vínculo con el Sucesor de Pedro es precioso y constitutivo para cualquier cristiano. La Iglesia camina siempre a hombros de gigantes como éste… gigantes de la fe.