No se puede identificar irregularidad con criminalidad
Escucha la Firma de José Luis Restán del miércoles 12 de febrero

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La carta del Papa a los obispos de los Estados Unidos con motivo del programa de deportaciones masivas de inmigrantes irregulares puesto en marcha por la administración Trump se caracteriza por su precisión y por su arraigo en la gran tradición de la Iglesia. Francisco señala que una conciencia rectamente formada “no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad”.
Está claro, y así lo reconoce el Papa, que cualquier nación tiene derecho a defenderse frente a los que han cometido crímenes violentos o graves mientras están en el país o antes de llegar, como también ha sido siempre claro para la Doctrina Social de la Iglesia que los Estados tienen derecho a regular los flujos migratorios, en orden a conseguir (dentro de lo posible) una migración ordenada y segura. Pero deportar a personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad o de persecución, es una medida que “lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión”.
También recuerda Francisco que un auténtico Estado de derecho se mide por el trato digno que ofrece a todas las personas, en especial a los más pobres y marginados. Y lanza una advertencia importante en el marco de los debates actuales sobre las migraciones: preocuparse por la identidad nacional, al margen de la perspectiva de la dignidad radical de toda persona, introduce un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad”.
La Iglesia en los EEUU tiene una larga trayectoria de acogida y promoción de los migrantes que han llegado a aquel país desde todos los puntos del globo, y que lo han hecho tan grande. Y lo va a seguir haciendo. Francisco concluye invocando a la Virgen de Guadalupe, “la Virgen morena que supo reconciliar a los pueblos cuando estaban enemistados, para que nos conceda reencontrarnos todos como hermanos, dentro de su abrazo”.