Un Jubileo para liberarnos de la desesperanza

Estamos dando los primeros pasos de Año Jubilar de la Esperanza convocado por el Papa Francisco. Inmediatamente he pensado en la provocación que esto supone para los cristianos de Tierra Santa, donde todo habla de violencia y dureza de la vida. Claro que, de algún modo, todos podemos encontrar nuestras objeciones para secundar la invitación del Papa. He buscado las palabras del Patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, al abrir la Puerta Santa en la Basílica de Nazaret. En su homilía comienza afirmando que “la esperanza necesita la fe… la fe en Dios nos lleva a tener una mirada que va más allá de nosotros mismos, a creer en la obra de Dios que actúa en la vida del mundo y del hombre” y, como consecuencia, nos abre a la confianza en los otros, a pesar de las inevitables dificultades de toda relación humana.

La esperanza también necesita paciencia. Vivimos en una época en la que queremos todo de inmediato: queremos la paz ahora, que el dolor termine ahora, que la solución a nuestros problemas se dé ahora. El cardenal Pizzaballa recuerda la afirmación del Evangelio de estos días: "María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón ". María pasó por vicisitudes increíbles que pusieron su vida patas arriba. Ella no podía entender todo lo que le pasaba, pero hacía memoria de lo que había ido sucediendo desde el anuncio del ángel y estaba segura de la fidelidad de su Señor. En Tierra Santa, como en tantos lugares, el odio, el resentimiento y el miedo impiden una mirada de esperanza. Realmente necesitamos que Dios quite de nuestros hombros y de nuestro corazón el peso insoportable de nuestros errores y nuestros miedos. Este es el sentido del Año Jubilar: recibir la gracia que devuelva a nuestros hogares y comunidades la confianza en la obra de Dios, y con ella, la esperanza activa de obtener la paz que todos deseamos, en nuestras familias, en nuestra sociedad, en la historia que nos toca vivir.