Mensaje para Europa

Ayer, en un viaje relámpago a la isla de Córcega, el Papa habló sobre la presencia de las diversas expresiones de la religiosidad en la vida cotidiana de una sociedad plural. Francisco señaló que “en algunos momentos de la historia la fe cristiana ha dado forma a la vida de los pueblos y de sus instituciones políticas, mientras hoy, especialmente en los países europeos, la pregunta sobre Dios parece desvanecerse”, pero advirtió enseguida que hay que analizar con cautela esta situación para no dejarnos llevar por consideraciones precipitadas o juicios ideológicos que contraponen cultura cristiana y cultura laica, porque, dijo el Papa, “esto es un error”. Por un lado, los creyentes debemos “abrirnos con tranquilidad a vivir nuestra fe sin pretender imponerla”, en medio de los ambientes en los nos movemos. Por otro, los no creyentes no pueden ser ajenos a la búsqueda de la verdad y de la justicia, y a menudo, “llevan en el corazón una sed grande que los lleva a preguntarse por el misterio de la vida y a buscar valores fundamentales para el bien común”. Hay un amplio espacio para el encuentro y para un trabajo compartido, sin que ni unos ni otros renunciemos a nuestra experiencia.

De ahí la necesidad señalada por el Papa de desarrollar un concepto de laicidad que no sea estático y rígido, sino capaz de adaptarse a situaciones nuevas. Para explicarlo, Francisco citó a Benedicto XVI: una sana laicidad “significa liberar la religión del peso de la política y enriquecer la política con las aportaciones de la religión, manteniendo la distancia necesaria, la clara distinción y la colaboración indispensable entre las dos”.

El Papa ha enviado este mensaje a toda Europa desde una isla francesa. ¿Escuchará Europa, sus líderes políticos y sus agentes culturales, este desafío cordial? ¿Entenderán que aquí está en juego la originalidad única de ser europeo? Yo no lo sé, pero estoy convencido de que en esto nos jugamos buena parte de nuestro futuro.