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Sería imposible sin la voluntad de quien lo instituyó

Tiempo de lectura:2Actualizado16:08

El Dicasterio para la Unidad de los Cristianos ha publicado un documento titulado «El Obispo de Roma» que recoge los múltiples diálogos ecuménicos sobre el ministerio del Papa en respuesta a la invitación formulada por Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint: encontrar una forma de ejercicio del primado de Pedro que fuese aceptable para las diversas confesiones cristianas. El Papa es para la Iglesia Católica una pieza esencial querida por el propio Cristo en orden a la unidad y la seguridad del camino de su Iglesia en la historia. La propia historia muestra hasta qué punto ese designio fundacional, recogido por los Evangelios y no cuestionado en sustancia durante los primeros mil años de cristianismo, ha sido providencial. Sin embargo, es un hecho que esta figura y su función han sido piedra de tropiezo para no pocos cristianos. Con todo, hoy se puede observar en amplios sectores de la Ortodoxia y también de la Reforma la nostalgia de un principio de unidad como el que representa el Papa. Y no sólo por razones prácticas sino por profundas razones teológicas.

A lo largo de la historia no han faltado abusos ni confusiones, pero tampoco esfuerzos de purificación y de clarificación. No se debe confundir jamás, como sucedió en algunos momentos, el primado del Papa con el ejercicio de un poder político, ni tampoco con formas de cuño imperial. Todo eso ha sido felizmente superado. Hace algunos años el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, expresaba el deseo de una primacía “ejercida con humildad y compasión… verdadero reflejo del amor crucificado del Señor, más que en términos de poder terreno”. En esa dirección se vienen moviendo los papas, al menos desde Juan XXIII en adelante. Quiera Dios que estos diálogos desemboquen en lo que tanto deseó san Juan Pablo II. En todo caso, creo que el sucesor de Pedro permanecerá como centro de gravedad indispensable pero también como un punto de contradicción. Como decía el teólogo Urs von Balthasar en su genial obra El complejo antirromano, “la figura de Pedro como tal es imposible”; la hace posible sólo la voluntad de quien la instituyó en los orígenes de la Iglesia.



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