El bastón y las manos levantadas de Moisés
José Luis Restán reflexiona sobre las palabras del Papa Francisco en el final de su viaje al Congo
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Me ha resultado especialmente sugestivo el discurso de Francisco a los obispos de Sudán del Sur en el que ha evocado la imagen de Moisés como figura del pastor. En un primer momento Moisés trató de responder a la necesidad de su pueblo esclavizado por los egipcios con sus propias fuerzas, como si él fuera el centro. En el exilio pudo entender que la salvación de su pueblo sólo podía ser obra de Dios, y que él debía ser un instrumento dócil en sus manos. Los pastores de la Iglesia hoy también necesitan entender que no son “los jefes de una tribu” ni los “dueños del pueblo”, que la Iglesia no es una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios.
Moisés dejó atrás su presunción y se dejó modelar por Dios, aceptó el camino que Él le proponía, aunque más de una vez no lo entendió a la primera. Ese camino pasaba por estar en medio de los sufrimientos del pueblo, en medio de sus esperanzas y rebeldías. “Nuestro primer deber, ha recordado Francisco, no es ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo”. Moisés levantó su bastón muchas veces para señalar el camino, y en no pocas ocasiones se encontró con la reticencia y el extravío de su gente, pero no se cansó de interceder por ellos ante Dios: siempre a la escucha de su Señor, y siempre en medio de un pueblo muchas veces cerril y desagradecido, al que continuamente era llamado a volver con misericordia, la misma que Dios había tenido con él. Moisés llega a luchar con Dios (dice el Papa) para atraer su compasión, para sostener las luchas del pueblo, para atraer el perdón sobre sus pecados. Es verdad que en África este discurso tiene una resonancia inmediata, pero me parece igualmente significativo para la Iglesia que camina en nuestra Europa secularizada.