La belleza y la verdad de la sexualidad humana
José Luis restán reflexiona sobre la tarea que tenemos los cristianos de mostra la belleza de la sexualidad humana
Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Uno de los fracasos más amargos y menos reconocidos de cierta pedagogía social se refleja en la paradoja de que las agresiones sexuales hayan aumentado exponencialmente en España durante los años en los que más dinero público se ha destinado a concienciar y legislar sobre el asunto. Pedir autocrítica a un gobierno siempre es una ardua tarea, pero es necesario poner en evidencia el fracaso rotundo de unas medidas que muchas veces se reducen a propaganda ideológica, orientada a generar una especie de patética lucha de clases, ahora entre hombres y mujeres.
Son especialmente preocupantes las cifras de agresiones sexuales cometidas por menores. Más de la mitad de los delitos de abuso sexual en España son cometidos por menores, y la tendencia al alza pone los pelos de punta: entre 2019 y 2022 este tipo de delitos han aumentado un 30%. Es un hecho que estamos ante un fracaso educativo tanto en casa como en el colegio. Es brutal la banalización de la sexualidad en un momento histórico en que el acceso a la pornografía es cada vez más temprano. Hay niños que ya acceden a él sin ningún control entre los 5 y los 8 años. Ahora todo el mundo reconoce el vínculo perverso entre pornografía y agresión sexual, pero durante mucho tiempo, no pocos incluían el consumo de pornografía en el catálogo de la nueva libertad sexual.
Urge abordar este problema en su raíz. Es necesaria una educación integral de la persona que no desvincule la sexualidad de los afectos, de la responsabilidad y del compromiso con los otros. En definitiva, es necesaria una verdadera rehumanización de la sexualidad, porque previamente se ha cosificado y brutalizado. Y lo peor es que siguen ello, a pesar de situaciones que provocan espanto. En esta encrucijada, la comunidad cristiana tiene la apasionante tarea de mostrar la belleza y la verdad de la sexualidad humana, siguiendo la genial intuición de san Juan Pablo II. No sólo mediante programas de formación, necesarios, sino a través de la experiencia viva de tantas familias.