Un Corazón para el Camino

José Luis Restán reflexiona sobre el Año Jubilar del Sagrado Corazón de Jesús

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Un Corazón para el Camino

José Luis Restán

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El pasado sábado, el arzobispo Luis Argüello bendijo con el Santísimo Sacramento a toda la diócesis de Valladolid desde la torre de la catedral coronada con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Este gesto se enmarca en el Año Jubilar convocado por el arzobispo recordando la promesa de “reinar” en los corazones que el jesuita vallisoletano, Bernardo Francisco de Hoyos, escuchó del propio Jesús. “Venid a mí, id, ¡salid!”, reza la convocatoria, mostrando ese doble movimiento de toda vida cristiana: ir al Señor para recibid su vida, salir al mundo para comunicar el único tesoro que no se oxida.

El arzobispo Argüello ha subrayado algunas grandes cuestiones de este momento: la relación entre razón y fe; el desafío de la libertad; la relación entre Iglesia y sociedad; la cuestión antropológica, la gestión de la globalización en un mundo de crecientes desigualdades. En este momento la Iglesia experimenta una fuerte llamada a la conversión, a la comunión y a la misión, que incluye encarnar en todas las circunstancias históricas la dimensión social del anuncio cristiano. Argüello propone una “Agenda 2033”, quizás una sutil alternativa a otra, la “Agenda 2030”, que han elaborado las Naciones Unidas. Se trataría de una ruta hacia el año Santo de la Redención que tendrá lugar dentro de diez años para discernir caminos de comunión y misión en medio de la transformación que nuestra sociedad y nuestra Iglesia están viviendo, acelerada por la pandemia y por otros factores culturales.

Vivimos, dice el arzobispo de Valladolid, “en una inédita tierra de misión y el giro apostólico al que el Señor llama a su Iglesia sólo puede darse si aparece con brillo la caridad que recibimos en el bautismo y que adquiere forma en la vocación a la que somos llamados”. Por eso recuerda que “misionero es quien hace de todo para que, a través de su testimonio y su oración, Jesús pase”. Nadie va a hacerse cristiano porque alguien le fuerce, sino atraído por una novedad de vida incomparable. Y esa novedad no se fabrica: se pide y se recibe del Corazón abierto del Resucitado, y se alimenta en el camino histórico de la Iglesia.

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