La cuestión religiosa es la cuestión suprema de la razón

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La cuestión religiosa es la cuestión suprema de la razón

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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En la cultura pública europea la cuestión religiosa se asocia, en el mejor de los casos, a lo emotivo, a lo sentimental, al consuelo ingenuo o voluntarista que algunos buscan ante una realidad hostil y desesperanzadora. Puede ser algo respetable, incluso un complemento interesante para oxigenarse un poco. Lo impresionante es que así se descarta el núcleo de la cuestión religiosa, que es la exigencia de significado. La cuestión religiosa es la cuestión suprema de la razón, la pregunta inextirpable por la trama de nuestra vida: por qué nos movemos, por qué amamos, por qué sufrimos, por qué resulta insuficiente todo para colmar el corazón humano. Como explicó Benedicto XVI en el Colegio de los Bernardinos de París, la cultura europea ha tenido como eje y motor el “Quaerere Deum”, el buscar a Dios, no fuera, sino dentro de la realidad, es decir: reconocer, como dice el poeta Eugenio Montale, que todas las imágenes llevan escrito “más allá”.

Cuando San Pablo llegó al Areópago ateniense, fue acusado de ser “un predicador de divinidades extranjeras”, algo así le podrían decir hoy a cualquier cristiano que pretenda mentar el nombre de Dios en cualquier foro público europeo. Pero Pablo replicó: “he encontrado entre vosotros un altar en el que está escrito: ‘Al Dios desconocido’; pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo”. En Los Bernardinos, Benedicto XVI dijo que “Pablo no anuncia dioses desconocidos”, sino a Aquel que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen…; a Aquel que buscan, y que de algún modo conocen, aunque no lo podrían encontrar si Él mismo no se revelase.

Y se atrevió a afirmar ante las grandes autoridades de la política, la ciencia y la cultura que “lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe, en cierto modo, que Él tiene que existir, que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad”. Europa no saldrá de su cansancio, de su confusión y de su pereza, si no recupera esta tensión, que es su alma más profunda.

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