Dulzura, libertad y convicción
José Luis Restán habla de San Francisco de Sales
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Hoy celebramos la fiesta de San Francisco de Sales, bajo cuyo patronazgo estamos los que nos dedicamos a este oficio del periodismo. El papa Francisco le ha dedicado una reciente Carta apostólica titulada “Todo pertenece al amor”, con motivo del IV centenario de su muerte. Había nacido en la región francesa de Saboya, cercana a los Alpes, y en 1602 se convirtió en obispo de Ginebra, cuando la ciudad era el bastión del calvinismo. Fue hombre de acción y de oración, escritor y predicador incansable, en una época de duros y dolorosos enfrentamientos derivados de la reforma protestante en Centroeuropa.
Por su misión, hubo de meterse de lleno en la controversia teológica con el protestantismo, pero siempre tuvo presente la eficacia de la relación personal y de la caridad en medio de los enfrentamientos. Puso en marcha audaces e innovadoras iniciativas pastorales, como sus famosas “hojas volantes”, que se colgaban en todas partes e incluso se deslizaban debajo de las puertas de las casas. La Iglesia le encargó, además, muchas misiones diplomáticas de calado, pero él fue, sobre todo, un pastor de almas, como queda reflejado en su gran obra, la Introducción a la vida devota. De su profunda comunión espiritual con Juana Francisca de Chantal, nació la Orden de la Visitación. A ella le escribió que “la regla de nuestra obediencia es hacer todo por amor, nada por la fuerza, amar más la obediencia que temer la desobediencia”.
Francisco destaca como legado para nuestra época su flexibilidad y su capacidad de visión. Supo ver en el dramático cambio de los tiempos una gran oportunidad para el anuncio del Evangelio. Encarnó una Iglesia libre de toda mundanidad, pero capaz de habitar el mundo, de compartir la vida de la gente, de escuchar y de acoger. Dulzura, libertad y testimonio, qué tres recomendaciones para nuestro trabajo diario.