La felicidad es la meta
La belleza de la Cuaresma, es el camino
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Hemos entrado en la Cuaresma, un tiempo con mala prensa y no pocas imágenes distorsionadas, pero, sobre todo, un tiempo que la mayoría de nuestra sociedad entiende como mera decoración prescindible. La Cuaresma nació para preparar la llegada de la Pascua, no como un hecho del pasado, sino como un acontecimiento actual. Porque el fruto de la muerte y resurrección de Cristo es que Él vive con nosotros, nos acompaña y sostiene en el camino de la vida: esa es “la gracia de las gracias”, si vamos más allá de las frases hechas.
Dice el abad general de Císter, Mauro Lepori, que la oración, el ayuno y la limosna que la Iglesia nos propone tienen la finalidad de abrir todas las dimensiones de nuestra vida (trabajo, afectos, implicación social, reposo…) a la felicidad Pascual, de modo que descubramos el verdadero secreto de la vida: que sólo amando somos, verdadera y felizmente, nosotros mismos. Así que, en vez de sentir como una pesadez que vuelva un año más este tiempo de Cuaresma, lo inteligente y realista es agradecerlo, de modo que nuestra libertad se abra a esa posibilidad (que a todos resulta inimaginable) de que el Señor camine realmente con nosotros en todo, en lo que nos alegra y en lo que nos escuece.
Como dice también el abad Lepori, la conversión al amor del Señor es un camino que no es lineal, es algo que nos acompaña toda la vida, es como una peregrinación en la que, cada mañana, se vuelve a empezar a caminar. Y no es nada raro que nos asalte el cansancio, o nos sorprenda la distracción, o capte nuestra atención cualquier canto de sirena. La Cuaresma, con sus sencillos instrumentos pensados para que los use cualquiera, por pobre e indigente que se sienta, es una ayuda para este camino cuya meta, no lo olvidemos, es la felicidad de la vida, la única que no se esfuma, la que nos ha conquistado Cristo con su muerte y resurrección.