Un poder estúpido y una caridad que no descansa
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Entre las imágenes de impacto de los últimos días quiero destacar una en la que se contempla una fila de 18 misioneras de la caridad de Madre Teresa cruzando a pie la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, prácticamente con lo puesto. De esta manera han compartido la suerte de miles de nicaragüenses que cruzan a diario esa frontera huyendo de la miseria o de la persecución de la dictadura de Ortega.
Atrás quedan los días en que un joven revolucionario, Daniel Ortega, recibía con los brazos abiertos a la Madre Teresa de Calcuta. Desde entonces, las misioneras de la caridad han servido a los más pobres en las ciudades de Managua y Granada. En la capital mantenían un hogar de ancianos y un jardín de infancia, y además atendían a los más pobres del barrio brindándoles una comida básica. En Granada atendían a niñas adolescentes en riesgo, y también mantenían una guardería y un comedor social. De la noche a la mañana, las monjas del sari blanco y azul han tenido que hacer un hatillo y salir precipitadamente de las instalaciones en las que han servido sin una queja. Nadie encuentra explicación al puntapié cruel del régimen, salvo la mera provocación, el gusto de autoafirmar su propio poder despótico frente a una Iglesia que cada día le resulta más incómoda.
En Costa Rica las recibió el obispo de Tilarán-Liberia, que quiso postrarse ante ellas y besar sus manos, manos que han dispensado sin descanso la caridad de Cristo, y que ahora lo seguirán haciendo en nuevos emplazamientos. Los nicaragüenses del exilio, con todas sus heridas abiertas, serán los primeros destinatarios del cuidado de estas monjas, a las que no les aflige la estúpida arbitrariedad de Ortega, sino la orfandad en que quedan tantos ancianos, jóvenes y niños a los que servían.