Sin alforja ni sandalias
José Luis Restánnos trae la historia de tres religiosos en Burkina Faso
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En pleno desierto, 1200 kilómetros al sur de Argel, se encuentra Timimoun, una ciudad en torno a un oasis, conocida por el color ocre rojizo de sus edificios. Pero no me he fijado en ella por su indudable interés turístico sino porque entre sus 30.000 habitantes sólo hay tres que no son musulmanes, las hermanas Pauline, Bernadette y otra Pauline, nativas de Burkina Faso y pertenecientes a la congregación de Notre-Dame du Lac, que surgió en ese país africano en los años 60. Su historia impresiona por varias cosas. Cuando llegaron a Argelia no sabían árabe ni conocían el país, vamos, no traían ni alforja ni sandalias, como dice el Evangelio. Llegaron en 2014 para continuar el trabajo iniciado por las Hermanas Blancas en el campo de la promoción de la mujer, enseñando cocina y costura. Alguno puede pensar que estaban solas, pero ellas sabían que no era así. Comenzaron a visitar los pueblos y decidieron dedicarse sobre todo a los niños con discapacidades neuromotoras. A partir de gestos muy sencillos fue naciendo poco a poco una pequeña obra social. Ahora, más de 120 menores de 15 años son atendidos por las hermanas, que cuentan con la ayuda de cinco voluntarios.
No ha sido un camino de rosas. Al principio, la gente les instaba a convertirse al islam, si no querían correr el riesgo de ir al infierno. Estaban acostumbradas a convivir con musulmanes, el 60% de la población de Burkina Faso, pero había también una numerosa comunidad cristiana que en Timimoun no existe, de hecho, no hay cristianos en 350 kilómetros a la redonda. Gracias a su testimonio cotidiano la percepción de sus vecinos ha cambiado y algunas familias musulmanas les piden que recen por ellas ante las dificultades que deben afrontar. El obispo les envía de vez en cuando un sacerdote para celebrar la Misa, y esperan la llegada de otra hermana. Gratis recibieron la fe, gratis la comunican a través de su presencia, sin red. Y están contentas.