En el sínodo escuchemos también a los santos

José Luis Restán reflexiona sobre algunas claves del proceso sinodal en el que estamos inmersos

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En el sínodo escuchemos también a los santos

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Me han llamado la atención las palabras del cardenal Anders Arborelius, un carmelita que es arzobispo de Estocolmo, que ha señalado que en el camino sinodal en el que está embarcada la Iglesia, y en el que es importante una escucha recíproca entre todos los miembros del Pueblo de Dios, también es necesario escuchar a los santos. Se nos olvida con frecuencia que la Iglesia se extiende a lo largo del espacio geográfico hasta los confines del mundo, pero también abarca el tiempo, el pasado, el presente y el futuro. Escuchar la voz de los santos nos ayuda a ensanchar el horizonte, a no caer en minucias irrelevantes y a poner en el centro lo que es más importante. Nos ayuda también a ser más humildes, y a no creer que siempre estamos “inventando el Mediterráneo”.

El cardenal Arborelius, que preside una iglesia pequeña pero sorprendentemente dinámica, en el secularizado mundo escandinavo, dijo estas cosas en la abadía de Vadstena, fundada por santa Brígida de Suecia, copatrona de Europa, una de esas mujeres fuertes que han marcado el rumbo de la Iglesia a lo largo de la historia, por cierto, de forma mucho más decisiva que muchos ministros ordenados. A la hora de construir esa espléndida abadía, Brígida recomendó que manifestase dos cualidades: humildad y fortaleza. Lo que pensaba para la construcción de piedra sirve también para la Iglesia, Cuerpo de Cristo en la historia. La humildad y la fuerza deben ir en ella siempre unidas. Humildad para reconocer su debilidad humana, las faltas y traiciones de sus hijos, su tibieza y lentitud en tantos momentos; pero también la fuerza, que no procede de ella sino de su Señor. A veces nos parece que mostrar esa fuerza, que no tiene nada que ver con la de los poderes del mundo, es arrogancia. Pero no lo es. El mundo necesita ver esa “fuerza distinta” que los santos han encarnado, la fuerza de un “amor crucificado”, como decía la gran santa del Norte.

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