Sólo podemos mirar a la cruz
José Luis Restán reflexiona sobre el legado que ha dejado un hombre muy querido en la archidócesis de Los Ángeles
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Todos recordamos aquella frase irónica de nuestra genial Teresa de Jesús: “Señor, si tratas así a tus amigos, no me extraña que tengas tan pocos”. ¿Quién no ha pensado así alguna vez ante un Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos, y caer la lluvia sobre justos e injustos? Digo todo esto al hilo de la noticia de que el obispo auxiliar de Los Ángeles, David O’Conell, conocido como el “pacificador de la ciudad”, un hombre de cuya bondad todos se hacen lenguas, que se ha batido por los pobres y los desamparados, fue asesinado el pasado sábado en su casa.
Conmueve contemplar al arzobispo de Los Ángeles, José Gomez, echarse a llorar en una rueda de prensa mientras le consuela el sheriff del condado, al recordar a un hombre que todos los días mostraba compasión por los pobres, por las personas sin hogar, por los inmigrantes y todos los que viven en los márgenes de la sociedad: “era un buen sacerdote, un buen obispo y un hombre de paz”. Políticos y líderes sociales han reconocido que tenía la capacidad de caminar por las calles uniendo a la gente, y recuerdan aquellos días de fuego en Los Ángeles, en la década de los 90, cuando el enfrentamiento entre los residentes de algunos barrios y las fuerzas del orden alcanzó niveles de gran preocupación. Entonces el padre David se afanó en tender puentes y pacificar las relaciones, algo para lo que estaba excepcionalmente dotado. Para él todo ese trabajo, esa dedicación a quienes están en riesgo de ser marginados, era una cuestión de amor. En Los Ángeles todos buscan una explicación para la violencia ciega que se ha cebado en un hombre de paz, y no la encuentran. Sí, a veces el Señor se lleva a los mejores, y no entendemos. Sólo podemos mirar a la cruz, la que miraba el obispo David cada noche tras patear los barrios más difíciles de la ciudad en la que ha sido testigo de Cristo hasta el final.