Una batalla que se libra en el corazón

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Una batalla que se libra en el corazón

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Durante este fin de semana el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, ha visitado la martirizada Ucrania, como suele llamarla el Papa Francisco. El motivo de la visita era representar al Papa en las celebraciones conclusivas de la peregrinación nacional de los católicos de rito latino al Santuario de la Bienaventurada Virgen María de Berdychev. Pero el cardenal ha tenido también significativas presencias en Lvov, en la región occidental de Ucrania, la que tiene mayor número de católicos; en Kiev, la capital y centro del poder político; y en Odesa, ciudad portuaria del Mar Negro, duramente castigada por su proximidad al frente sudoriental de la guerra. Parolin ha subrayado en todo momento que traía el abrazo y la bendición del Papa a una población duramente probada por la invasión rusa, una población que vive “la hora oscura del Calvario”.

No es un secreto que a una parte de la población ucraniana le está costando entender algunas tomas de postura de la Santa Sede en torno a la guerra y algunos pronunciamientos del Papa, que han requerido explicaciones posteriores y amplios y francos diálogos con los obispos de Ucrania. El cardenal Parolin ha subrayado, por una parte, la estrecha cercanía del Papa con los ucranianos, cuyo derecho a existir como nación libre está fuera de toda discusión. Por otra, ha indicado que es preciso explorar nuevas vías para alcanzar una paz “justa y duradera”, tarea en la que la diplomacia vaticana no desfallece a pesar de no haber logrado ningún avance tangible. Parolin es un diplomático avezado, pero es, antes que nada, un pastor. Sabe que, más allá de los cálculos de las potencias y de las vicisitudes militares, hay una batalla que se está librando en el corazón de los ucranianos, y es ahí donde la Iglesia tiene una misión única. El amor a la libertad y a la justicia, y el deseo de una vida buena y digna, no deben naufragar en el pantano del odio y del resentimiento. En medio de las bombas hay un pueblo que vive de la fe, y ese es un tesoro que la Iglesia debe custodiar para el mundo.

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