Un pueblo de Cádiz recibe a un holandés y, 18 años después, cambia la vida de los vecinos por lo que hizo con un animal
Fred Guelen llego a una localidad gaditana en 2007 y tomó una decisión al ver una variedad de una especie; invirtió, hizo una fundación y ahora intentan vivir más allá del turismo

Carlos Moreno 'El Pulpo' cuenta junto a Carlos Javier García, alcalde de Grazalema, y Beatriz Pérez, al frente del proyecto de las tejedoras, la historia de la Lana de Grazalema
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En el corazón de la Sierra de Cádiz, el pintoresco pueblo de Grazalema ha encontrado un nuevo rumbo gracias a una decisión tomada por un hombre que llegó desde lejos. En 2007, Fred Guelen, un abogado y empresario neerlandés, aterrizó en esta localidad buscando un cambio de vida. Lo que no imaginaban los vecinos es que su llegada marcaría un antes y un después para la economía del municipio y, con el tiempo, para la revitalización de sus tradiciones.
Grazalema, conocido por sus paisajes de postal, su aire puro y por ser uno de los destinos turísticos más encantadores de Andalucía, arrastraba desde hace décadas un problema silencioso: la pérdida de las tradiciones ligadas a la lana de la oveja merina grazalemeña. Esta variedad autóctona, que antaño era el motor económico de la región, había visto cómo su valor se desplomaba, convirtiéndose en poco más que un residuo para los ganaderos. El turismo, aunque vital para la economía local, no era suficiente para garantizar un futuro sostenible para sus habitantes.
Fred Guelen, al conocer esta realidad, decidió invertir no solo dinero, sino también tiempo y esfuerzo, creando una fundación con un objetivo claro: recuperar el prestigio de la lana de Grazalema y devolver su valor a los productos autóctonos. Con el respaldo del ayuntamiento y la colaboración de expertos en biología, ingeniería, arquitectura y derecho, nació el programa Horizonte Lana, un plan integral para rescatar un oficio ancestral y convertirlo en una oportunidad real de empleo.

Vista del pueblo blanco de Grazalema
El proyecto tiene dos pilares fundamentales: la creación de una cooperativa de tejedoras y la instalación de un lavadero ecológico para la lana. La cooperativa no solo busca producir piezas artesanales, sino también reintroducir técnicas tradicionales adaptadas a las demandas del mercado actual.
Las tejedoras
Beatriz Pérez, una de las piezas clave de esta iniciativa, lideró la formación de las mujeres del pueblo, muchas de las cuales nunca habían trabajado con una aguja de punto, mientras que otras procedían del crochet. El programa ofreció talleres intensivos donde se enseñaron desde las técnicas más básicas hasta las más complejas, permitiendo a las participantes redescubrir un oficio olvidado.
El entusiasmo fue tal que las 15 plazas iniciales del curso se quedaron cortas y tuvieron que ampliarse a 30, dejando incluso a varias vecinas en lista de espera. El objetivo final es claro: diversificar la economía local y evitar que Grazalema dependa exclusivamente del turismo. La lana, que antes se descartaba por falta de uso, ahora es tratada, teñida y transformada en mantas, alfombras y prendas artesanales que empiezan a ganar visibilidad en ferias y mercados locales.
El alcalde del municipio, Carlos Javier García, destacó que el verdadero valor de este proyecto radica en empoderar a las mujeres rurales y en fortalecer el sector primario. "Queremos que la lana tenga el mismo reconocimiento que han alcanzado la leche y los quesos de la Sierra de Cádiz", afirmó. Además, subrayó la importancia de fomentar un modelo de economía circular que permita aprovechar al máximo los recursos locales y crear empleo estable.

Ovejas payoyas descansando en una dehesa de la Sierra de Grazalema
El futuro de Grazalema ya no se limita a los visitantes que recorren sus calles empedradas. Gracias a la visión de Fred Guelen y al esfuerzo conjunto de sus habitantes, la lana ha vuelto a ser sinónimo de esperanza y progreso. Las tejedoras de Grazalema no solo recuperan una tradición, sino que también tejen las bases de una economía más fuerte y sostenible.