El papel fundamental de los ministerios laicales en la vida de la Iglesia: el lectorado y el acolitado
El periodista y sacerdote Josetxo Vera ahonda en 'Siempre aprendiendo' sobre la pequeña modificación que ha hecho el Papa Francisco al código de derecho canónico
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Estábamos tan tranquilos en medio de la nevada, con temperaturas de un frescor profundo, y el Papa, que nunca deja de avanzar, hace una pequeña modificación del código de derecho canónico que nos da la oportunidad de explicar una cosa muy valiosa en la vida de la Iglesia que son los ministerios laicales: el lectorado y el acolitado.
Palabras muy sencillas que estoy seguro de que si has ido a una Celebración te has fijado en los que ejercen esos ministerios laicales. En realidad, el cambio del Papa Francisco es muy pequeño, ha quitado una sola palabra. Está en el canon 230, primer parágrafo. Donde decía “los varones laicos” ahora dice simplemente “los laicos”. Esto quiere decir que los ministerios laicales se pueden conferir a varones y a mujeres. Una realidad que ya era habitual en la vida de las parroquias.
¿Qué son los ministerios laicales? Los ministros son gente que se dedica a servir y en la vida de la Iglesia se mantiene ese nombre. Son laicales por qué son los que hacen los fieles laicos. En resumen, los ministerios laicales son los servicios que se prestan en las Celebraciones Litúrgicas, en las Misas, en las Liturgias de la Palabra y son realizadas por fieles laicos que han sido instituidos por esta misión después de un tiempo de formación.
El lectorado es el que lee la Palabra de Dios en la Celebración Litúrgica. Estos lectores son instituidos y reconocidos en la comunidad como los encargados de leer la Palabra de Dios. Hay otro ministerio que es el acolitado. Son los que ayudan en el servicio del altar, le llevan al sacerdote el cáliz, la patena o las vinajeras. Los monaguillos en este caso son imprescindibles y hacen un gran papel.
Estos ministerios hasta ahora estaban reservados para hombres y no los desarrollaban las mujeres. Eso era en la teoría, con una norma establecida por San Pablo VI. El Papa Francisco ha cambiado el canon y ahora con “los laicos” se entiende que el masculino genérico incluye también el femenino. En la vida real en casi todas las parroquias las que leen la Palabra de Dios son mujeres, religiosas o catequistas. Ahora simplemente se les ha nombrado para realizar ese ministerio en el código canónico.
Antes de la norma instituida por Pablo VI, el origen de estos ministerios laicales eran las órdenes menores, una parte del camino hacia el sacerdocio que realizaban los seminaristas. Estos recibían, antes de la ordenación sacerdotal, los órdenes menores. San Pablo VI reforma esta situación y distingue los oficios que son propios del orden sagrado y otros ministerios, dentro de la Iglesia, que son también de carácter litúrgico. Los órdenes menores pasaron a llamarse ministerios y para su realización ya no se habla de una ordenación sino de una institución. Estos ministerios laicales pasan a ser conferidos solamente a varones.
Esto es lo que ahora cambia el Papa Francisco. Los ministros instituidos deben ser conferidos “laicos” a todos los efectos. No se entra en un estado clerical cuando uno recibe el ministerio del lectorado o el acolitado como sucede al contrario con los diáconos o los presbíteros. Los ministros laicales tienen su origen en ser fieles laicos, desde el momento de su bautizo, y los ordenados tienen su origen en la ordenación sacerdotal.
También hay otros ministros que ayudan a la evangelización que no están instituidos como pueden ser los catequistas. Sin embargo, en muchas parroquias hay una celebración especial del comienzo del año de la catequesis, o el envío de los catequistas. Y también este ministerio lo realizan, en mayoría, las mujeres.
Este servicio del lectorado y del acolitado va más allá de la Celebración Litúrgica. El ministerio de la Palabra no se ejercita solamente en la Lectura de la Palabra, sino también en el anuncio de la Palabra de Dios para que dé fruto en el corazón de los hombres. Y lo mismo ocurre con el acólito que tiene que testimoniar un amor sincero para el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.