Tercer susurro. Abbá, mis amigas

Las mujeres en la vida de Jesús de Nazaret le dijeron a Dios lo que les pasaba, convirtieron en oración su preocupación, su sufrimiento, su escucha, su vida al fin. Nunca recibieron estas mujeres una palabra de condena, ni una pregunta morbosa, ni un diagnóstico de locura, ni un juicio sumarísimo por parte de Jesús. Al contrario, siempre cercanía, conversación amable, horizonte amplio, camino despejado, liberación absoluta, vida nueva. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros


Madrid -

Más de Susurros de muerte y resurrección

Octavo susurro. María, ve y diles…

Dice el Evangelio que Jesús «los amó hasta el extremo». Esto quiere decir que, al entregar su vida, Jesús, les vino a confirmar que nunca morirían para Él. Tampoco nosotros. El Dios que resucita nos regala la Vida Eterna, el Cielo, el Paraíso, o como queramos llamarlo. Ningún mérito nuestro sería capaz de conquistar ese destino. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Séptimo susurro. Inma, estoy vivo

En la resurrección se da el abrazo personal con Dios; el abrazo íntimo de Dios. Ese abrazo es la incorporación definitiva a formar parte del rostro de Dios, de su imagen que es, verdaderamente, de dónde venimos. Decía Teilhard de Chardín: «En la eternidad éramos; al nacer comenzamos a existir. Existir es ser en el tiempo. Y al morir dejamos de existir, pero no dejamos de ser. Somos seres espirituales que vivimos una aventura terrenal». Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Sexto susurro. Abbá, abrázame

Creer en Dios significa ser ateo de los falsos dioses; rebelarnos ante lo inmediato y fiarnos y confiarnos en lo que todavía no vemos y, menos aún, entendemos. Nuestra manera de acercarnos a Dios tiene que cambiar completamente. Creer en Dios es aceptar el desafío de sentirnos y sabernos salvados en esa cruz; es hora de borrar las imágenes infantiles de Dios que tanto daño han llegado a hacer. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Quinto susurro. Ya no puedo más

Rendirse a la evidencia de que ya no se puede más es el reconocimiento de nuestra limitación humana. A ninguno nos gusta sentirnos limitados de ninguna manera; no nos sentimos bien evidenciando nuestra fragilidad. Ante esta situación cabe sentirnos maleables, como la madera del sicomoro; o retorcernos como la madera del olivo. Da igual como nos sintamos porque, al final, la silueta de la cruz recortada en el horizonte tiene mucho que decirnos ya que, desde la encarnación del Hijo de Dios, no es justo echarle a Él la culpa de nuestros sufrimientos. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

Cuarto susurro. Nuestra agua del pozo

Todos tenemos un pozo donde el encuentro con Dios es íntimo; donde nos da el agua de vida que nos transforma. Si no sabemos dónde está nuestro pozo habrá que descubrirlo porque, realmente, se trata de dejar que Dios nos contagie de alegría como en Caná; como a María junto al pozo donde se descubrió madre de su Hijo. El pozo debe ser un lugar importante en nuestra vida porque es el lugar para dejarnos inventar por Dios. Accede a contenidos adicionales en: cope.es/susurros

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