Carta del arzobispo de Burgos: «Mujeres fuertes de Dios»

Ante la próxima celebración del Día de la Mujer Trabajadora, Mario Iceta dedica su escrito semanal a todas las mujeres «que sacan adelante a sus familias con arrojo y valentía

Marioiceta_buena

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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El 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y más allá de cifras y datos que apuntan a una injusta desigualdad en diversos aspectos laborales, sociales y económicos que deben ser superados, quisiera centrarme de modo particular en todas esas mujeres que sacan adelante sus familias con arrojo, valentía y entrega.

«La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de Dios que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella», escribía el Papa san Juan Pablo II, primer Pontífice en abordar específicamente la cuestión de la mujer, en su carta apostólica Mulieris dignitatem (n. 31).

Volviendo la mirada al Santo Padre y haciendo memoria de una carta que escribió en 1995 a las mujeres del mundo entero, quisiera perpetuar en nuestra memoria la entrega de cada una de ellas, por lo que son para el mundo, por lo que hacen desde su compromiso sin límite y por lo que representan en la vida de la humanidad. Cada una de las palabras del Papa es una acción de gracias hacia aquellas que, en nombre del Padre, nos dieron la vida: «Te doy gracias, mujer-madre […] mujer-esposa […] mujer-hija y mujer-hermana, […] mujer-trabajadora […] mujer-consagrada […] Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas» (n. 2).

Merced a vosotras se construye la civilización del amor. Sois luz perpetua, esperanza de brazos abiertos y faro que siempre espera encendido. Hoy, vienen a mi mente tantas y tantas mujeres que, con su esfuerzo incansable, han edificado el corazón del mundo y sacado adelante infinidad de familias. A veces solas, sin más compañía que la de ese Dios que entrega por entero su vida en tantas Vías Dolorosas de la historia; otras batallando en lo cotidiano o luchando porque sus justos derechos se vean reconocidos; y siempre recomponiendo las partes quebrantadas y rotas del propio ser humano. Toda violencia contra la mujer es un hecho execrable que demanda acciones en los diversos ámbitos de la sociedad para su necesaria erradicación.

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Carta del arzobispo de Burgos: «Mujeres fuertes de Dios»

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«Nuestro mundo necesita la colaboración de las mujeres, su liderazgo y habilidades», así como «su intuición y dedicación», destacaba el secretario del Estado Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, en un mensaje enviado el pasado año en representación del Papa Francisco con motivo del encuentro Foro de Mujeres del G20 Italia.

Las mujeres del Evangelio hablan, por sí solas, del amor que Jesús tuvo por cada una de ellas. En este sentido, sobresale la actitud del Señor en relación con las mujeres que se encuentran con Él a lo largo del camino de su servicio mesiánico: «Es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5 )» (MD, n. 13). Y todos tenemos experiencia personal del gran don que nuestras madres, hermanas, hijas, abuelas y tantas mujeres en todos los ámbitos de la sociedad han supuesto para nuestras vidas y el modo en que contribuyen decisivamente al progreso de la humanidad.

Y, de modo particular, la maternidad «conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer» (MD, n. 18). Por tanto, si Dios confía en el seno de la mujer para dar vida a la Vida con su esfuerzo, lucha y entrega, ¿cómo vamos a oponernos a este misterio infinito de amor? ¿cómo no sostenerlo más allá de los embates ideológicos que lo oscurecen? ¿cómo no volcarnos en el cuidado de cada madre que custodia el don de una vida nueva acogida en su seno por toda la humanidad?

A la Virgen María, la llena de gracia y la bendita entre todas las mujeres, le pedimos que nos ayude a abrazar, cada día, el mandamiento del amor, que florece en las manos entregadas de la mujer y que lleva adelante siempre, pase lo que pase. Porque a los ojos de Dios el valor de toda mujer es infinito (Cfr. Prov 31,1). Y necesitamos estos ojos para reconocer siempre y en todo lugar su dignidad inalienable.

Con gran afecto pido a Dios que os bendiga.