Carta del arzobispo de Lleida: «Responsabilidad y amabilidad social»

Presentamos una nueva carta del obispo Salvador Giménez Valls, quien en su escrito de esta semana reflexiona sobre la verdad, la justicia, el amor y la libertad

salvadorgimenez

Redacción digital

Madrid - Publicado el

3 min lectura

Acostumbro a invitar a la lectura de estos comentarios dominicales a algunos amigos y colaboradores. En ocasiones añaden una idea, corrigen una expresión, matizan un concepto no demasiado claro para los lectores o ponen un título alternativo. Siempre agradezco sus aportaciones. No puedo decir que este comentario se debe a ellos o que el resultado es coral. El contenido de cada glosa es de mi propia y exclusiva responsabilidad. Para bien o para mal. Para la alegría y satisfacción de los que leen o escuchan porque les orienta en su vida. También para asumir algún error de planteamiento o desacierto en su aplicación. Nunca quisiera ofender a nadie, siempre el respeto a todos, creyentes o no, que con su libertad interpretan y comprenden el mundo. Intento, por supuesto, que lo expuesto sea concorde con el fundamento de la fe en Jesucristo. En mi caso no puede ser de otra manera. Y también deseo que los cristianos se sumen a este discurso vital.

Comentando la glosa del pasado domingo alguien me sugirió que añadiera una frase del Concilio Vaticano II en su Constitución sobre La Iglesia en el mundo actual. Adujo dos motivos: que lo expuesto no era una idea original mía de ahora mismo y que la lectura de los documentos de dicho concilio son muy actuales y los cristianos deberíamos esforzarnos en la aplicación a nuestra sociedad. Para ello se requiere una actitud abierta y responsable. Aquí va la cita: “El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano” (núm 26).

Recordáis que centrábamos nuestro anterior comentario en la amabilidad. Seguramente es lo mínimo que nos podemos pedir unos a otros, aun sabiendo que la referencia era, y es, el mandato de Jesucristo en el que se asienta nuestra relación social y es el fundamento de la construcción de un mundo más justo y respetuoso. En este comentario queremos acentuar las grandes palabras, que deberían ser escritas siempre en mayúsculas, de la cita aludida del Concilio, VERDAD, JUSTICIA, AMOR, LIBERTAD. Termina el texto con el vocablo de “equilibrio” como queriendo afirmar que es necesario combinar adecuadamente esas palabras para tener un resultado que conmueva los corazones, que ordene las prioridades y, sobre todo, que dignifique el ser humano potenciando su relación solidaria con los demás.

Hay otras palabras que podrían sumarse a esta magnífica relación pero con las citadas tenemos bastante para recordar su significado concreto y para suscitar un compromiso personal con las mismas. Sin pretender realizar disquisiciones filosóficas nos parece importante señalar algunas pequeñas cuestiones que posibiliten un cabal entendimiento y una puesta en práctica acorde con las propias convicciones. En nuestro caso con la fe que profesamos. El inicio de esta reflexión puede ser el equilibrio aplicado a la persona que, por su dignidad, es libre para pensar, decidir y actuar. Decía D. Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”. Don que nos permite buscar y ser verdaderos, huir de la mentira y la ocultación interesada; recuerdo ahora las famosas fake news –falsas noticias- que tan alegremente aceptamos; claros, transparentes, limpios de corazón para caminar por la senda de los justos, ¡qué fácil hablar de justicia y anteponer mil excusas para no cumplirla! Se pueden escoger otros caminos que conducen a la maldad y a la dureza de corazón. No los recomiendo a nadie. Y acabamos aconsejando cumplir el mandato clave del Señor, “que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). Ama y haz lo que quieras, decía san Agustín. A quien verdaderamente ama a sus semejantes no se le puede pedir más.

+ Salvador Giménez Valls

Obispo de Lleida