Carta del arzobispo de Urgell: «Seréis mis testigos (y 2)»

En la Jornada del Domund debemos recordar que evangelizar constituye, en efecto, la felicidad y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda

joanenricvives

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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“El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, llenos de esperanza pero a la vez perturbados a menudo por el temor y la angustia, es sin duda un servicio que se hace a la comunidad cristiana como también a toda la humanidad”. Así comienza S. Pablo VI su bellísima y siempre actual exhortación “Evangelii Nuntiandi” sobre la evangelización del 8.12.1975. Y continúa: “por eso el deber de confirmar en la fe a los hermanos, nos parece aún más noble y necesario cuando se trata de alentar a nuestros hermanos en su labor de evangelizadores, para que en estos tiempos de incertidumbre y malestar la cumplan con creciente amor, celo y alegría” (EN 1).

El lema de este Domingo del Domund 2022 que hoy celebramos, “Seréis mis testigos”, destaca el carácter comunitario-eclesial, sinodal, de la llamada acción misionera de los discípulos. La misión se realiza siempre de forma eclesial comunitaria, como los discípulos “enviados de dos en dos” (Lc 10,1). “Cuando el más humilde predicador, catequista o pastor, en el lugar más apartado del mundo, predica el Evangelio, reúne a su pequeña comunidad o administra un sacramento, aunque se encuentre solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza, mediante relaciones institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, en la actividad evangelizadora de toda la Iglesia. Lo hace en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre” (EN 60). En el actual contexto del Sínodo sobre la Sinodalidad, se refuerza todo lo que el Sínodo propone: «Comunión, participación, misión». Todo cristiano está llamado a ser testigo de Cristo en comunión con sus hermanos.

La labor de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más acuciantes. Evangelizar constituye, en efecto, la felicidad y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa (cf. EN 14).

Una joven francesa, beatificada el pasado mayo en Lyon, Pauline Marie Jaricot, fundó hace exactamente 200 años la Obra de la Propagación de la Fe. Incluso con condiciones precarias, ella acogió la inspiración de Dios para poner en movimiento una red de oración y una colecta para los misioneros, de modo que los fieles pudieran participar activamente en la misión “hasta los lugares más lejanos de la tierra”. De esta genial idea nació la Jornada Mundial de las Misiones Domund que celebramos cada año, y la colecta destinada al Fondo Universal con el que se sostiene la actividad misionera. Evangelizar es un deber fundamental del pueblo de Dios. Todos los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, debemos asumir la parte que nos compite en la actividad misionera, sea cerca de nosotros sea en todo el mundo. Son muchos los que hoy están siendo testigos de Dios por toda la tierra, incluso entregando su vida por causa del Evangelio. Son nuestros misioneros que debemos amar y ayudar; son los que han escuchado la llamada de Cristo y han aportado su grano de arena para que este mundo sea un poco más digno cada día, y reconozca a Jesucristo como su Salvador. ¡Cooperemos generosamente!

+ Joan Enric Vives Sicilia

Arzobipo, obispo de Urgell