Carta del obispo de Astorga: «El diaconado permanente en nuestra diócesis»
Jesús Fernández celebra la llegada de dos nuevos diáconos permanentes a la diócesis y pide oraciones para que aumenten los consagrados, «icono de Cristo servidor»
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El día 16 de julio de 2022 quedará para la historia como un día importante para nuestra Diócesis: dos varones adultos de nuestra Iglesia particular -César Pablo González, de Ribadelago (Zamora) y Miguel Sierra, de La Bañeza (León)- reciben el Rito de Admisión al Diaconado permanente en la iglesia parroquial de Santa María de La Bañeza a las doce y media de la mañana. La Iglesia los elige y llama a servir a Dios y al Pueblo santo, y ellos se comprometen a continuar formándose y configurándose con Jesucristo servidor.
Desde el 22 de enero de 2019, fecha en la que mi predecesor Mons. Juan Antonio Menéndez instituyera este Sagrado Ministerio, hasta el presente, se ha desarrollado un trabajo serio y continuado que da su primer fruto. La Comisión Diocesana para la Promoción del Diaconado Permanente, presidida por el Vicario general D. José Luis Castro, a partir de las normas establecidas por la Iglesia, elaboró el Directorio diocesano para definir la identidad de este ministerio, su fundamento bíblico y teológico y su misión. También diseñó el Reglamento donde se contemplan los requisitos necesarios para acceder a este Orden, la formación de los candidatos y los responsables de la misma, y los ritos y ministerios previos a la Ordenación.
El Orden del Diaconado tiene su última referencia en Jesucristo que se definió a sí mismo como el servidor cuando dijo que “el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28). En coherencia con esta presentación, su vida fue un servicio permanente, destacando por su carácter simbólico el lavatorio de los pies a sus discípulos en la Última Cena y, sobre todo, su entrega en la cruz prefigurada en la institución de la Eucaristía. Para continuar su misión, eligió a los apóstoles y los envió al mundo entero a anunciar el Evangelio y a curar a los oprimidos por el mal. Para realizar este encargo, los apóstoles contaron con diversos colaboradores y, muy pronto, se establecieron en la Iglesia tres órdenes: los obispos, los presbíteros y los diáconos (cf. Fil 1, 1; 1 Tim 3, 8-13). Ya desde la época apostólica, la Iglesia ha venerado este Orden sagrado que, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirve al Pueblo de Dios en la liturgia, la Palabra y la caridad (LG 29).
En estos tiempos de cambios tan acelerados y profundos, más que nunca se necesitan personas consagradas a Dios y a la Iglesia, ministros ordenados que sean icono de Cristo servidor. Nuestra Diócesis no cuenta aún con ningún Diácono permanente. El Concilio Vaticano II, al restablecer este Orden en la Iglesia latina como «un grado propio y permanente de la jerarquía» (LG 29), nos permite contar con este ministerio. Para ello, necesitamos darlo a conocer a todo el Pueblo de Dios y promoverlo entre los posibles candidatos.
En concreto, el candidato ha de sentirse llamado por el Señor, ser una persona de fe y oración, tener suficiente madurez humana y las necesarias virtudes evangélicas. Además, si es célibe, tendrá al menos 25 años y, si es casado, un mínimo de 35, y contar con el consentimiento y el apoyo de su esposa. La edad máxima será de unos 60 años. Normalmente, vivirá de su profesión civil, quedando al margen de toda actividad política o sindical. Aunque su ocupación principal en la Iglesia será el ministerio de la caridad hacia los más pobres, también podrá predicar, administrar los sacramentos del bautismo y bendecir a los matrimonios, presidir las celebraciones de la Palabra y las exequias, etc.
Pido a todos los diocesanos que tengan presentes a César y a Miguel en sus oraciones. También que recen para que surjan nuevas vocaciones, y no porque sean pocos los sacerdotes, sino porque necesitamos consagrados que sean icono de Cristo servidor de los pobres y excluidos. Que así sea.
+ Jesús Fernández González
Obispo de Astorga